Estamos más que acostumbrados a ver en los diversos medios de comunicación declaraciones por parte de representantes eclesiales que pueden resultar polémicas. Eutanasia, técnicas de fecundación in vitro, homosexualidad, aborto... Temas que hacen las delicias de todo anticristiano, que ven en esas opiniones el perfecto arma para atacar a toda la comunidad religiosa.
Poco necesita casi cualquier medio de comunicación para ponerle un altavoz a este tipo de declaraciones que causan rechazo en el resto de la sociedad. Vaya usted a saber por qué, unas palabras del obispo de cualquier lugar sobre la homosexualidad suscitan mayor interés que la colosal labor social que realiza la Iglesia en cualquier lugar. Pero ese no es el tema de hoy, sino que me planteo, desde mi humilde punto de vista, arrojar un poco de luz de luz a las razones que motivan el aparente inmovilismo de la Iglesia. Trataré de no posicionarme de ningún lado, aunque por supuesto tenga mi opinión bien formada.
¿Por qué la Iglesia mantiene posturas ideológicas de antaño? Son posicionanientos que pueden parecer rancios, carcas o como usted quiera llanarlos, pero lo que está fuera de toda duda es que causan aversión en el ciudadano de a pie: en el ateo por supuesto, pero también en muchos cristianos, como pudimos ver en nuestra Carta de un padre cristiano, católico practicamente y cofrade. Por lo que, de antemano, parece contraproducente. Esa es la razón de que se me antoje tan interesante como necesario adentrarme en el tema y no quedarme en esa superficialidad de decir "es que la Iglesia vive en el siglo pasado".
No hemos de olvidar cuán larga es la nave del cristianismo y la cantidad de compartimentos que posee, con sus diferencias -unas mayores, otras menores- entre sí. Sabrán que hay varias ramas del cristianismo: católicos, ortodoxos, protestantes, anglicanos... Pero tomemos el todo por la parte en esta ocasión, ya que poseemos la misma raíz y compartimos muchos aspectos litúrgicos e ideológicos. Poniendo negro sobre blanco, resulta importante señalar que, según un estudio realizado en 2009 por la Arquidiócesis Primada de Méjico, hay 2,135,783,000 de cristianos sobre los 6,446,131,400 de población mundial. Lo que supone un porcentaje del 33,84%. O, lo que es lo mismo, 1 de cada 3 habitantes del planeta es cristiano. Otros estudios estadísticos del tema reflejan cifras similares.
Porcentaje de cristianos en cada país del mundo según Wikipedia.
Somos una cantidad colosalmente grande de cristianos, no hace falta decirlo a la vista de los datos. Ello tiene sus pros y sus contras. Con respecto a los contras, además del riesgo de que la brecha entre las distintas ramas continúe creciendo hasta que se segmente del todo, existe la dificultad para acometer cambios drásticos a modo institucional. No es lo mismo decidir en una comunidad de vecinos, o en una Hermandad, si se cambia la pintura de la fachada o se contrata a tal o a cual banda, que movilizar a más de seis mil millones de personas en torno a alguna cuestión ideológica. Si cuesta ponerse de acuerdo siendo diez, veinte o treinta personas, imaginen si la cifra de personas que se verían "afectadas" por el cambio asciende a tal cantidad.
Más aún cuando de esa ingente cantidad de personas que compartimos la religión cristiana, existen diferencias culturales abismales. Imagínense poner de acuerdo a los miembros de cualquier Cofradía con una tribu africana que profese la fe en Cristo, o con una comunidad norteamericana. Puede uno estar tentado a pensar que quizá lo más adecuado es que los católicos -por poner el ejemplo más cercano- de golpe y porrazo y por decreto realicen algunos cambios que se adecuen a los tiempos que corren. Pero conviene recordar que todas las ramas del cristianismo provenimos de la misma raíz: Jesús. Y dejar de caminar de la mano, aunque en direcciones divergentes, sería correr un riesgo, cuanto menos, peligroso. Resulta complicado -aunque necesario, si quiere saber mi opinión- acometer una empresa de tal magnitud. El Papa Francisco lleva tiempo queriendo llevar a cabo cambios de peso en el seno de la Iglesia, pero hay muchos preparados con la escopeta cargada para atizarle en cuanto se mueva del sitio. Además, cambios de esta índole podrían no ser aceptados con normalidad en amplias comunidades cristianas.
Con esto no pretendo, ni mucho menos, justificar el hecho de que la Iglesia continúe manifestándose en contra de todos los temas que mencioné al principio. En unos estaré de acuerdo con la Iglesia y en otros totalmente en desacuerdo. De todos modos, no es el momento ni el lugar para manifestar mis pensamientos. Pero sí quería reflejar algunas de las razones que motivan el aparente inmovilismo de nuestra religión cristiana. Piensen que no es lo mismo mover una lancha de cuatro plazas que un transatlántico en el que caben cientos y miles de personas. Imagínense movilizar a más de seis mil millones de ciudadanos del mundo, cada uno de sus padres y de sus madres, de sus culturas y sus tradiciones, de sus pensamientos e ideologías.
Por otra parte, y a modo de remate del texto, lo que está fuera de lugar y carece de toda justificación es la forma de decir según qué cosas. Muchas veces ve uno los informativos, lee prensa en línea o escucha cosas que le ponen la cara colorada. A pesar de los números que la convierten en religión mayoritaria del mundo, no está la Iglesia para buscarse más enemistades de las que tiene con respecto al resto de la sociedad. Cada uno puede pensar lo que quiera, faltaría más, pero hay que abrir la mente y permitir que entre la luz de enero de 2016 a todos los corazones. Y, sobretodo, no pisar ni incomodar a nadie que quiera acercarse y vivir bajo el techo de la Madre Iglesia.
José Barea