La Virgen del Rocío realizó su recorrido por las calles de la aldea
visitando a los simpecados de las 112 hermandades filiales. La Blanca Paloma ya
está de vuelta en la ermita, donde entró a las 10.25 de la mañana.
La Romería de Pentecostés de 2013
de nuevo se cita con la historia. A la gracia del Año Jubilar, que está
contribuyendo a universalizar aún más la devoción rociera en un acontecimiento
sin precedentes en el Año de la Fe, se le une ahora una procesión por las
calles de la aldea en la que el orden ha sido la nota más destacada. Horas
antes de que culminara el rosario de las hermandades, algo parecía indicar que
las cosas han cambiado y mucho.
Durante el incesante rezo de los
avemarías que se prolongan para permitir que los simpecados de las 112 hermandades
filiales puedan situarse en la Plaza de Doñana y vuelvan a pasar por la puerta
del Santuario, algunas voces llegadas de las inmediaciones de la ermita
transmitían un mensaje inédito en la historia reciente del recorrido
procesional de la Blanca Paloma. La nave central del templo permanecía
completamente despejada cuando el piadoso ejercicio llegaba a su fin. Frontera
inexcusable para que los almonteños saquen a su Patrona cuando su Simpecado
llega al altar. 24 minutos pasaban de las tres de la madrugada, después de un
rosario que se demoró más que en romerías anteriores, cuando la Virgen del
Rocío iniciaba su procesión.
Una barrera humana, ordenada y
tranquila, conformada por cientos de jóvenes almonteños, continuaba abriendo
paso en el interior de la ermita y la Virgen llegaba al dintel de la puerta
apenas minutos después de su bajada del altar. En ese momento, cuando la Reina
de las Marismas saludaba ya a la multitud congregada en la explanada e iniciaba
su recorrido por las calles de la aldea, se llenaba el santuario, como es
habitual, pero en esta ocasión por la gente congregada en las naves laterales
que ansiaban contemplar a la Virgen desde cerca pero que tuvieron que esperar a
que saliera de la ermita para poder hacerlo, ya fuera del santuario. La Virgen
vivía a partir de ahí una procesión verdaderamente reinante.
Las ráfagas de la Señora, que el
obispo de Huelva, José Vilaplana, había asociado en el Pontifical de
Pentecostés con la grandeza de la obediencia de María y su sufrimiento en el peregrinar
junto a su hijo hasta el triunfo de la gloria de Jesús resucitado, brillaron
con más intensidad que nunca en la historia reciente de la procesión. El
bendito rostro de la Patrona de Almonte iluminó con su dulce mirar a sus hijos
rocieros. Filial por filial, en orden, sin sobrecogedoras caídas, en alto
siempre y de frente, la Virgen del Rocío realizaba un fluido recorrido en el
que las cientos de miles de personas que participaron respetaron con el
entusiasmo de lo bien hecho.
Efémerides centenarias en Triana
y San Juan del Puerto, cita con sus hijas camaristas a las puertas de su casa,
y salves y vivas de todos sus hijos contribuyeron al deleite del sentir romero.
Plenitud mariana reforzada por el Espíritu Santo que de nuevo sobrevoló por el
cielo de Doñana. Los que saben de esto, ante los que este humilde cronista
calla y escucha para algún día pueda llegar a ser buen rociero, ya presagiaban
que cada siete años la procesión es más rápida de lo habitual. Pero en esta
ocasión, ante las gélidas y desconocidas temperaturas de esta primavera
invernal rociera -que se hizo hermandad en el intercambio de los escasos
abrigos del equipaje de los romeros acostumbrados al Rocío con calor- y tras la
Venida y la procesión por el pueblo y el multitudinario Traslado de la semana
pasada el recorrido sería rápido.
Así fue, la Blanca Paloma
regresaba a su altar al filo del mediodía. Allí esperará de nuevo a la historia
del año 2013 que el 19 de agosto, en conmemoración de los 200 años del solemne
voto de acción de gracias, en otro Rocío Chico para la historia con una nueva
procesión de la Virgen del Rocío por su aldea, la casa de todos.