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miércoles, 24 de julio de 2013

«No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo a Jesús»

En su primer discurso en Río de Janeiro, el Papa Francisco reconoció que «para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por la puerta del corazón». Estaba claro que cada gesto se dirigía a ese objetivo. En un tono afectuoso y humilde, el Papa les pidió permiso para «llamar suavemente a esa puerta, y pasar esta semana con ustedes». Hablándoles en el lenguaje que entienden, el de los sentimientos y el de los buenos modales, el Papa se ganó desde el primer momento el corazón de los brasileños.

A pie de pista en el aeropuerto internacional de Galeao, le esperaba la presidenta de la República, Dilma Rousseff. También esperaban su llegada el arzobispo de Río de Janeiro, Orani Joao Tempesta, el presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil, Raymundo Damasceno Assis y el nuncio apostólico en Brasil, Giovanni Daniello. Mientras, un grupo de niños le recibía con gritos de «¡Esta es la juventud del Papa!» y con el himno de la JMJ de Río, que el Papa ha recibido con un aplauso.

Nada más salir del aeropuerto, el Pontífice volvió a sorprender con una nueva muestra de humildad. En lugar de montarse en un rutilante vehículo de jefe de Estado, escogió en un sencillo utilitario de cuatro puertas con el que, acompañado de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, emprendió un recorrido por las calles de Río de Janeiro hacia la catedral.

El Papa Francisco dejó claro que su primer objetivo era estar con el pueblo. Y así fue. El vehículo que llevaba al Santo Padre y a Rousseff desde el aeropuerto hasta la ciudad avanzó arropado por una multitud de gente que se acercaba a tratar de ver de cerca al «Papa de los pobres», sin vallas de seguridad que los separase.

Decenas de personas aglomeradas a lo largo de la avenida Presidente Vargas se lanzaron contra el auto de Francisco y trataban de tocarlo. Para la desesperación del equipo de seguridad, el Papa mantuvo la ventanilla abierta. Como si se tratase de la subida a un puerto de montaña en el Tour de Francia, el gentío se acercaba hasta el mismo coche, hasta el punto de que en más de un momento de su recorrido se tuvo que detener.

En uno de esos parones, una madre aprovechó para acercar a su niño hasta el mismo vehículo para que Francisco lo besase. En lo que parecía un claro fallo en el dispositivo de seguridad, cinco motoristas de la policía tuvieron que pasar a proteger el coche.


Un nuevo susto

Pero no fueron estos los únicos sustos del día. La Policía Militarizada (PM) del estado de Sao Paulo detonó una bomba de fabricación casera encontrada en uno de los baños del Santuario Nacional de Nuestra Señora de Aparecida, en la ciudad de Aparecida do Norte, que será visitada por el Papa Francisco, informaron este lunes fuentes policiales citadas por Efe. El artefacto, que tenía una envoltura parecida a la que se usa con dinamita y una mecha, fue encontrado el domingo por personal de la Fuerza Aérea Brasileña (FAB) durante una inspección previa a la visita del papa, prevista para mañana.

Tras la caótica entrada a la ciudad, al llegar a la catedral se subió a un papamóvil descubierto y sin blindar, en el que realizó un trayecto de 1,5 kilómetros por el centro de Río de Janeiro, desde el Teatro Municipal, pasando por las avenidas República de Chile y Río Branco, mientras era ovacionado por decenas de millares de fieles brasileños que pudieron verlo de cerca y fotografiarlo a su antojo.

Varias personas salieron del cordón de aislamiento y se le acercaron para llevarle a sus hijos, para que reciban besos del Papa Francisco, que los recibía con cariño, como tantas veces ha hecho ya en estos meses en la plaza de San Pedro.

Luego, en su discurso formal ante la presidenta brasileña en el palacio de Guanabara, siguió fiel al estilo que ha imprimido a su pontificado. Como sucesor de Pedro, y utilizando sus palabras, el Papa confesó: «No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo». Su discurso ante Dilma Rousseff y las autoridades brasileñas en el palacio de Guanabara fue un ejemplo de sencillez. El Santo Padre dijo que venía a «continuar la misión del Obispo de Roma, de confirmar a sus hermanos en la fe en Cristo». No era un discurso político sino estrictamente religioso.

Naturalmente, el Papa viene ante todo para reunirse con dos millones de jóvenes de todo el mundo que le esperan con una ilusión palpable. Viene con optimismo, según dijo, ya que «Cristo tiene confianza en los jóvenes y les confía el futuro de su propia misión: ‘Vayan y hagan discípulos’. Vayan más allá de las fronteras de lo humanamente posible y creen un mundo de hermanas y hermanos».

Comentando la expresión brasileña «los hijos son la pupila de nuestros ojos», el Papa Francisco abordó la gran responsabilidad de la generación adulta. Ya durante el vuelo se había referido al drama del desempleo juvenil, y en su discurso a las autoridades insistió en que es necesario asumir con más energía la tarea estratégica de entregar a la siguiente generación una sociedad en la que todos puedan realizarse.

El Papa, al que se le apreciaba ya cierto cansancio por el vuelo trasatlántico pero que mantenía el rostro sonriente, afirmó que «la juventud es el ventanal por el que se entra en el futuro del mundo y, por tanto, nos impone grandes retos. Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio, condiciones espirituales y una base sólida».

Entre las obligaciones de los adultos respecto a la siguiente generación, mencionó «transmitirles valores duraderos por los que valga la pena vivir, asegurarles un horizonte trascendente para su sed de auténtica felicidad, dejarles en herencia un mundo que corresponda a la medida de la vida humana».

A todas luces, el Papa era exigente con los adultos, del mismo modo que se propone ser exigente con los jóvenes en los próximos días. Sus últimas palabras fueron dirigidas al Brasil entero: «Ruego a todos la gentileza de la atención y, si es posible, la empatía necesaria para establecer un diálogo entre amigos».

El Santo Padre concluyó su discurso, pronunciado totalmente en un portugués que hablaba con relativa soltura, en un tono confidencial y cada vez más afectuoso: «Los brazos del Papa se alargan para abrazar a toda la nación brasileña, en el complejo de su riqueza humana, cultural y religiosa».


«Doble honor» para Rousseff

Y en una hermosa referencia a la geografía de un país que ocupa medio subcontinente, Francisco formuló el deseo de que «desde la Amazonia hasta la Pampa, nadie se sienta excluido del afecto del Papa». Como despedida les aseguró que el miércoles, en su visita al santuario nacional, «tengo la intención de recordar a todos ante Nuestra Señora de Aparecida, invocando su maternal protección sobres sus hogares y sus familias. Y ya, desde ahora, les bendigo a todos. Gracias por su bienvenida».

Rousseff, por su parte, en su bienvenida dijo que era «un doble honor recibir al primer Papa latinoamericano». «Luchamos contra un enemigo común, la desigualdad en todas sus formas», señaló la presidenta.









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