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viernes, 20 de febrero de 2015

Verde Esperanza: Como un paso de palio


            Como cuando por una esquina asoman los ciriales que preceden al argénteo trono de la Madre de Dios, la cuaresma nos anuncia la llegada de algo grande, majestuoso. Un sendero que comenzamos a trazar en el preciso momento en el que se cerraron las puertas de la última recogía de la pasada Semana Santa, y que tiene a la cuaresma como su recta final. Unos últimos metros en los que hemos de desempolvar nuestras mejores galas para la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.


Como cuando se intuye el resplandor de la candelería, que coquetea con la suave brisa de la noche estrellada, que se asoma para verte venir. Y, de repente, un destello de luz aborda nuestros corazones para el deleite de nuestros sentidos. A los sones de Mi Amargura del Maestro Ferrer comienza a revirar, muy poco a poco, derecha adelante e izquierda atrás. Todo un romance para nuestra alma, que ha estado huérfano de Ella durante tanto, tanto tiempo… Cuánta poesía encierran tus doce varales, que al compás del rezo costalero van y vienen con una precisión matemática, mientras la bambalina los acaricia una y otra vez fugazmente, como el lapso de tiempo que permanece María a nuestro alcance. Cuánto tardas en llegar, pero qué rápido escapas de nuestro alcance. Sale la cuadrilla de frente al dulce compás de los sones cofrades hechos alabanza, y cada paso que se acerca a uno, parece comenzar a alejarse. Sólo unos instantes, los que nos permiten contemplar su divino perfil, preceden a la inexorable realidad. El paso nos empieza a mostrar su manto, varal tras varal, paso a paso, se nos escapa de las manos el fugaz discurrir de nuestra Bendita Madre ante nuestros ojos. ¿Habrá nostalgia más precoz que la de ver navegar un palio de espaldas? Una nostalgia que comienza a aflorar en el preciso momento en el que nos sobrepasa la última trabajadera, cuando aún permanece en nuestra retina todo lo que acaba de acontecer.



Como cuando las puertas de la Casa Hermandad abren tarde sí, tarde también, y al olor del levantamiento de tu palio acude gente que no se acuerda de “su” Hermandad durante todo el año. No se preocupen, que vuelven a tener sitio, como siempre, aunque vengan dando codazos y pretendiendo ponerse los primeros de la fila. Varales, candelería, respiraderos, candelabros de cola, techo de palio y bambalinas, maniguetas, llamador que anuncia su pronta presencia sobre la peana. Todo un ramillete de pequeños detalles que han de estar ajustados a la perfección para dar a luz, como todos los años, a la obra más perfecta que se pueda imaginar. Una catedral de plata y fragancia de azahar, digno hogar de María para que derroche gracia por las calles de la ciudad. Eso es la cuaresma, construcción, preparativos, ajustes…

Como un paso de palio, así es la cuaresma. Esperada, efímera, dulce y llena de contrastes. Todo un año, cargado de meses, semanas, tormentas y tempestades, alegrías y destellos, esperando la llegada de estos cuarenta días, que no son otra cosa que un tiempo de preparación. Preparación para nuestro ser cofrade y cristiano, que ha de aderezarse para recibir la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Unas cuarenta noches que engalanan los palcos del cielo para que quienes se fueron no se pierdan ni una chicotá. Todo ello en esas cuarenta jornadas en las que la primavera acoge el nacimiento de la flor por excelencia de la Semana Santa, el azahar, perfumado a su vez por el incienso que proviene de aquí y de allá, igual que en un paso de palio. Sahumando así triduos, exaltaciones, pregones, conciertos y ensayos. Una primavera a la que la cuaresma tomará de la mano, para despertar del letargo y llevarla, una vez más, a otro sueño: los brazos de María, la Madre de Dios, quien colmará de gracia los corazones del pueblo que volverá a acudir a su encuentro desde el Domingo de Ramos.

Como cuando cada año la cuaresma nos asalta en la incertidumbre de las primeras horas del Miércoles de Ceniza. Busquemos el sabor de cada instante mágico de estos cuarenta días y cuarenta noches. No dejemos nada al azar, y sí al azahar, dejémonos contagiar de la sobriedad de la penitencia sin perder la alegría del cristiano. Jesús nunca nos abandona y, un año más, viene a morir y resucitar en nuestros corazones. Seamos templo para albergarle a Él y a Ella. Seamos como la cuaresma, como un paso de palio. Andando sobre los pies, sin correr y gozando cada momento que Dios nos regale vivir.

Feliz cuaresma, feliz bendita locura.

José Barea

















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