Pienso que muchas veces los árboles no nos dejan ver el bosque. Caemos en
la tentación de pensar que el único modo en el que podemos ayudar a una
Hermandad es desde una Junta de Gobierno. En función de la Hermandad puede ser
más o menos así, y no cabe duda que la toma de decisiones es algo que ha de ser
función de los cargos de la Junta de Gobierno de turno.
Pero hoy quiero realizar una sencilla loa al que, a mi modo de ver, es el
cargo más puro. Me refiero al hermano de a pie, aquel que sin tener por qué
acudir es el primero en estar disponible cuando se le necesita, a ese que, en
muchas ocasiones, realiza más funciones y sacrificio que los propios cargos. Porque
excusas puede tener todo el mundo, ¿quién no tiene familia, estudios, trabajo u
obligaciones en general que atender? Pero la clave está en tener una capacidad
de sacrificio que sitúe a la Hermandad en el primer lugar de la lista de
preferencias aún a costa de uno mismo, algo que siempre sucede con el hermano
de a pie.
Además, y es algo que siempre he admirado provenga de quien provenga, el
hermano de a pie siempre se posiciona en un perfil bajo. No gusta de llamar la
atención ni de hacer ruido, deja que las medallitas se las cuelguen otros y su
única herramienta de trabajo es, valga la redundancia, su trabajo. Ofrecerse a
uno mismo, tan simple y tan valioso como eso. Pero resulta que es, al menos,
tan “indispensable” como lo puede ser cualquier miembro de Junta de Gobierno.
Entrecomillo el término indispensable puesto que ese es uno de los consejos que
algún hermano de a pie a quien aprecio muchísimo me dio: los únicos
indispensables son Él y Ella, los demás estamos de paso. Y es que esa es otra
de las virtudes del que, como digo, es el más puro de los cargos, tener totalmente
los pies en el suelo y bien formada la idea de lo que es una Hermandad. Tras
muchos reveses de los habituales en una Hermandad, quien ostenta este cargo de
hermano de a pie ha aprendido, a base de desengaños, que nadie agradece nada en
este terreno, y a pesar de ello sigue estando al pie del cañón toda vez que
haga falta. Lejos de cualquier protagonismo, cerca del que necesita ayuda,
siempre dispuesto a tender la mano al prójimo. Ellos son verdadero ejemplo de
Hermandad, puro arquetipo de amor a los titulares. Todo el sacrificio lo
realizan sin esperar nada a cambio, por amor a Ellos.
Durante todo este artículo he tenido en mente a algunos amigos, que más
que amigos son hermanos, que ostentan este cargo. Vaya mi humilde
reconocimiento hacia esos hermanos de a pie, injustamente infravalorados en el
orbe cofrade, y que han sido, son y serán un espejo en el que todo el que
pretenda acercarse a una Hermandad habría de mirarse. Al fin y al cabo, todos
deberíamos considerarnos hermanos de a pie, un cargo que nunca deberíamos de
abandonar, aunque se puedan desempeñar otras funciones en el seno de la
Cofradía.
José Barea