Suspira el querubín esperando que su susurro sea una voz de auxilio. Su petición es clara; tiene una cuadrilla de costaleros que viene del pueblo para mecer a una Reina que sale cuando el sol está en todo lo alto. Pero no las tiene todas consigo, porque en el pueblo los pasos son más delgados, y van en busca de una cuadrilla del Martes para tener suplentes que le den calma franciscana.
Suspiros de alado que bate su trazo en emblemas recién salidos del horno. Emblemas que se parecen a otros y que dejaron atrás otros que trazó un amigo angélico hace tanto tiempo que ya se les ha olvidado.
Suspira el Ángel mientras lee un texto justificado a la izquierda que debía haber sido mejor revisado, mientras con el rabillo del ojo mira un ensayo camino de la calle donde vivían los antiguos deanes de la Catedral y que a mitad del recorrrido vuelve sobre sus pasos camino del cocherón. En el próximo será.
Joaquín de Sierra i Fabra