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viernes, 20 de febrero de 2015

Entre la Ciudad y el Incienso: Una imagen de otro tiempo


Blas Jesús Muñoz. Hay miradas que rasgan la piel hasta llegar al punto donde se sacude el alma, el mismo punto donde la acaricia con su comprensión. Hay amores que mueren porque no matan como el suyo con esa mirada de abriles y primaveras que despiertan a la tarde de un domingo predicho, mas siempre inesperado. Porque los corazones no son débiles, sino sensibles al Amor que se expresa y te transmite y es tan recíproco porque lo depositas en su camino de vuelta. Y la oración que más se necesita se hace calle y toma a la gente que deja de ser público para convertirse en una plegaria inmensa, en su oración imprescindible.

Y los acordes celestes se mecen en una cadencia tibia de Mujer, cuando la noche la descubre por las aceras que la tarde dejó atrás. Es una instantánea profunda la de la Calle de la Feria al regreso de la Hermandad del Huerto. Una carga imponente, ajustada milimétrica.

Más allá de los naranjos o del azahar conocidos, la cofradía se torna en un cuadro costumbrista que pareciera reflejar aquellos felices primeros años del siglo XX donde las hermandades languidecían a lo romántico y florecían ante las nuevas simetrías sobre mantos y pentagramas. Donde los capataces tenían rostro serio, enjuto, mientras las túnicas de sus nazarenos parecían colorearse, rebelándose ante la técnica de fotografías en ciernes del blanco y negro. Más allá de los naranjos o del azahar conocidos, la Hermandad del Huerto se torna en una escena renovada y lejana a la vez, donde la luna se asoma para que, como las túnicas, el cielo parezca colorearse queriendo que la oscuridad no cubra por completo, anunciando el destino definitivo de la vida que nace tras la resurrección.












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