Las cofradías nos ofrecen una actitud vital que no se halla en ningún otro espacio, ni físico ni emocional. Su ambiente, su trasiego imparable, se respira de mil formas, a través de múltiples sensibilidades que las transforman y nos cambian la manera de abrirnos al mundo que nos rodea. Nos dejan su mensaje, su impronta y, lo más importante, un espíritu vital que nos lleva desde la admiración a la rebeldía.
De esa forma, cuanto nos rodea se configura en torno a un modo de autocomprendernos que va más allá de la mera afición. El cofrade actúa instintivamente y comprende, inconscientemente, que la Cuaresma supone la antesala y el epílogo, el Alfa y Omega de la Semana Santa que camina deprisa para alcanzar, antes de que nos apercibamos, su espacio propio en la memoria.
Y la memoria, la que nos trae al presente y nos empuja con fuerza a la esperanza del futuro, se cuenta en estos días en imágenes familiares, en conversaciones retomadas, en artículos y en las líneas de los pregones que nos aguardan. Memoria de la ciudad que se reproduce en mil detalles y que, por ejemplo, encuentra su espacio para homenajear a quienes dejaron su esfuerzo anónimo, el sudor de su fe sincera, bajo las andas de un paso.
Fe sincera, oficio antiguo que, en unos días, Rafael Giraldo afrontará, recordará y homenajerá desde el atril de la Magdalena. Capataz y costalero, la historia del pregonero del costal de 2016 va ligada a una progresión imparable que se ha forjado en años de amor y tesón que, ahora, quedarán proyectados hacia el gran público en una suerte de testimonio necesario para comprender una parte esencial de las cofradías que no es la única ni, tal vez, la fundamental. Pero que define una forma de entender la cercanía de Dios como un regalo que se agradece con un acto de entrega proporcional al que recibimos.
Entrega que Rafa ha demostrado allá por donde ha caminado y que, ahora, reluce en la mirada del Señor del Buen Suceso y en el rostro de la Virgen de la Estrella. Y que hacen de cada historia una historia diferente que poder contar y ser escuchada.
Blas J. Muñoz