Blas J. Muñoz. Es un ritual pretérito el que nos lleva a postrarnos ante la Imagen, además de como un símbolo de reverencia, como una muestra de cercanía y cariño. A través de las miradas que se cruzan en cualquiera de los Besamanos que tienen lugar durante el año, podemos apercibirnos en las mismas de la honda piedad de un pueblo.
Pueden ser las manos de Dios mismo, las mismas que muestran la fortaleza (tan divina) y el desgaste (tan humano). Poder en las manos do Hijo del Hombre; ternura y candidez en su Madre, que es mediadora del mundo que le implora. Puede ser a los pies de un imponente altar de cultos o en la soledad pretendida de una capilla, cuyos muertos se construyeron con las plegarias de miles de fieles.
El poder en sus manos, en las mismas que generamos y tras las que procesionamos cada Semana Santa. Cada Domingo junto a la Hermandad del Huerto y al Señor que se las atan a la columna vertebral de nuestros pecados. Las manos que entregan el pan de vida en las del Señor de la Fe.
Y también son manos que acarician a la mañana de San Lorenzo en los gráciles dedos de Nuestra Señora de la Palma. Las mismas que, llegada la tarde del Domingo, se abren desde Santiago a la Catedral en su virginal Concepción.
Son las manos de la Fe, las mismas que nos tiemblan al acercarnos a la Imagen a que imploramos. El poder de sus manos se halla en los labios que las besan y se sienten reconfortados por el poder sutil que los atraviesa para siempre.
Fotos Álvaro Córdoba
Pueden ser las manos de Dios mismo, las mismas que muestran la fortaleza (tan divina) y el desgaste (tan humano). Poder en las manos do Hijo del Hombre; ternura y candidez en su Madre, que es mediadora del mundo que le implora. Puede ser a los pies de un imponente altar de cultos o en la soledad pretendida de una capilla, cuyos muertos se construyeron con las plegarias de miles de fieles.
El poder en sus manos, en las mismas que generamos y tras las que procesionamos cada Semana Santa. Cada Domingo junto a la Hermandad del Huerto y al Señor que se las atan a la columna vertebral de nuestros pecados. Las manos que entregan el pan de vida en las del Señor de la Fe.
Y también son manos que acarician a la mañana de San Lorenzo en los gráciles dedos de Nuestra Señora de la Palma. Las mismas que, llegada la tarde del Domingo, se abren desde Santiago a la Catedral en su virginal Concepción.
Son las manos de la Fe, las mismas que nos tiemblan al acercarnos a la Imagen a que imploramos. El poder de sus manos se halla en los labios que las besan y se sienten reconfortados por el poder sutil que los atraviesa para siempre.
Fotos Álvaro Córdoba