Blas Jesús Muñoz. Las cofradías siempre nos invitan a mirar atrás, a bucear entre los recuerdos mientras esperamos su futuro inminente. No tienen un presente y, de producirse, es tan efímero como lo que dura una chicotá. Los nazarenos y la Imagen pasan demasiado rápido para el tiempo que se ha aguardado. El incienso nos embauca con sus volutas de irrealidad que, al fin y al cabo, no son más que la representación mística de lo que se cree.
Mientras leen estas líneas piensen que, un servidor, las escribe pensando en el cortejo de las Penas de Santiago por la calle encomendada a Juan de Mesa, en la compañía que, durante años, he llevado de mi lado, en la estampa de Javier Romero ante el Crucificado que muestra el Absoluto desde Santiago a la Catedral, desde la Catedral a Santiago.
En esa calle comenzaron tantos sueños que hicieron del solo nombre de esa Hermandad un recuerdo en sí mismo. Pues, las cofradías nos transportan a otro tiempo de rezos y vigilias, de oraciones encontradas ante una de las Tallas más antiguas de la urbe que se esconde para aparecer a través de sus Imágenes, como la del Cristo de las Penas.
Recordatorio Entre la ciudad y el Incienso: Jerusalén