En los últimos años se produce un curioso fenómeno a mi alrededor. Un fenómeno que se lleva dando con cierta frecuencia en los últimos cinco o seis años y con mucha mayor fuerza en el último ejercicio.
Sistemáticamente, compañeros de cuadrilla y hermanos en general, se acercan para contarme su visión de la realidad de nuestra Hermandad, la de Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia y Nuestra Señora de la Paz y Esperanza. Generalmente la exposición termina con frases como “Hay que hacer algo…”, “Alguien se tiene que presentar…”, “Esto no puede seguir así…”. Obviamente esta apreciación de los que vienen a contarme difiere absolutamente de la de otros hermanos que opinan legítimamente que estos últimos años representan una época dorada de nuestra corporación y que esta Junta de Gobierno es lo mejor que nos podría haber pasado. Como siempre, apreciaciones en un sentido y en el contrario, como es lógico en democracia. Todas, repito TODAS, legítimas y respetables.
El efecto que provoca este tipo de conversaciones en mi ánimo es muy diverso, muchas veces en función de quién sea mi interlocutor. A veces provocan sorpresa, en la medida de que quien se me acerca es alguien con el que no he cruzado ni medio saludo en la última década; en ocasiones nunca. Otras veces provoca desazón, por la argumentación, la forma y el fondo del mensaje recibido y por el clima que destila este mensaje. Y otras veces provoca cierta tristeza, porque lo que me cuentan no tiene nada que ver con lo que mi infancia vivió en lo fue y siempre será mi casa.
El Universo Cofrade se enfrenta a desafíos de muy difícil solución. Entre ellos, se encuentra la manifiesta incapacidad de las hermandades (estamos generalizando) a la hora de asumir el caudal humano de jóvenes que se acercan a las cofradías. La mayoría de estos jóvenes lo hacen atraídos por la forma de andar de una cuadrilla, porque les gusta un Misterio, por pertenecer a una banda y otros motivos similares. Lejos de ser negativa esta motivación, el desinterés por ellos y la escasa formación (siendo generosos) que se desarrolla en el seno de nuestras corporaciones, deriva en que la inmensa mayoría de este caudal se marche por el mismo sitio que ha venido; la puerta. Por otro lado, el tiempo inexorable provoca el lógico envejecimiento de los grupos dirigentes que están en el mismo sitio en el que estaban hace treinta o cuarenta años. Existe por tanto un abismo generacional, cada vez mayor, alimentado además porque la docilidad de la juventud actual es muy inferior a la que teníamos camadas pretéritas.
Y luego está el estrato de población que oscila entre los treinta y los cuarenta y cinco años. Este intervalo de edad que debería haber tomado el relevo lógico en el gobierno de nuestras hermandades está compuesto en gran medida por costaleros que colgaron el costal y piensan que la película no va con ellos, o por los que en su día fueron jóvenes y huyeron exprimidos por algunos de los mismos dirigentes que siguen en sus cargos. En resumen, si estaban ahí hace veinte años, se marcharon cansadísimos para no regresar jamás. Si a todo esto le añadimos el ingrediente del poder, del amor a la vara de mando y del apego al cargo y al sillón, tenemos un caldo de cultivo que nos hace tener una visión muy pesimista respecto al futuro.
En el caso de mi hermandad, la fractura social es innegable. Existe un núcleo que apoya con más o menos fisuras a la dirigencia actual, y un conglomerado absolutamente heterogéneo que piensa que las cosas deben cambiar. Nada ilógico ni negativo si todo está imbuído de un ambiente sano y de respeto.
La cuestión es que muchos de los que piensan esto último han alcanzado un grado de hastío tal que hablan desde lejos, en ocasiones desde casa… incluso después de haberse dado de baja como miembro de la hermandad… y esto provoca que su voz se diluya.
Hace unos cinco o seis años, un grupo muy reducido de hermanos tuvimos una serie de reuniones porque pensábamos que el rumbo que había tomado la hermandad se separaba enormemente de nuestra visión. En una de esas reuniones comenté que “No tengo ninguna intención de ser candidato a nada. Nunca me han interesado lo más mínimo los cargos ni los sillones. Únicamente en el caso hipotético de que llegado el momento nadie hubiese para ser cabeza de un proyecto, hablaríamos de pasos al frente. Pero reitero que ni es mi intención, ni quiero hacerlo”. Aquellas reuniones, por cuestiones que no vienen al caso, dejaron de producirse y como curiosidad, uno de los cuatro o cinco que asistimos a ellas ahora es miembro de la Junta de Gobierno y ferviente defensor de sus obras. Las vueltas que da la vida… Yo, sin embargo, años después suscribo punto por punto lo dicho entonces.
Pienso humildemente que quien encabece una lista electoral tiene mucho menos importancia de lo que podía tener hace años. En mi opinión, debemos encaminarnos hacia un modelo de decisión colegiado donde todas las voces del grupo que lleve las riendas de una hermandad sean iguales, lejos de proyectos personalistas y actitudes dictatoriales de épocas pasadas y presentes. Creo que el modelo absolutista está obsoleto. Por eso pienso que no importa quién encabece una candidatura, sino el grupo humano que la defiende y representa y la sustancia y la fortaleza del mensaje que la sustenta. Por esto creo que no se debe buscar un candidato sino concretar una alternativa, un Proyecto.
Muchos han optado por una actitud crítica comodísima; quejarse a media voz esperando que otros muevan ficha y solucionen lo que creen que debe ser solucionado, pero sin poner ni un granito de arena hasta no ver que alguien ha formado una playa.
Si se quieren cambiar las cosas hay que regresar del destierro, levantarse de la silla y empezar a caminar. Hacer que la voz se escuche, no en reuniones más o menos reducidas, sino por todos los rincones, en medio de la plaza. Hablar, opinar, argumentar y trabajar. Si se es capaz de transformar toda la incuestionable marejada de descontento en corriente que aspire a otro futuro, serán posibles los cambios. Si no, todo será en vano y seguirá como está; y entonces tocará guardar silencio, porque tiene sentido la crítica si está va acompañada del esfuerzo de intentar cambiar el mundo; en caso contrario, cualquier voz será estéril.
Es el momento de que se escuche la voz del disconforme... o de callar para siempre.
Guillermo Rodríguez
Recordatorio El Cirineo: Globalización Cofrade