Corrían tiempos convulsos en las vísperas de la semana santa de 1932. Saltándose el boicot a la República acordado por las hermandades, la estrella fue la única cofradía que salió. Hubo disparos. Para unos fueron los esquiroles, para otros simplemente unos valientes.
La tarde del Jueves Santo de 1932 un enorme gentío se agolpaba en las calles del centro para ver a la única cofradía que había acordado, no sin polémica, realizar su estación en aquella primera Semana Santa de la II República. Los dos pasos de la Estrella, por entonces una cofradía de escasos recursos e "integrada por personas de la más humilde condición social", salieron de San Jacinto sobre las cinco de la tarde entre los vítores, aplausos y vivas de un pueblo ávido por ver pasos en la calle.
La expectación era enorme, al punto de que en los alrededores del templo trianero -desbordado su atrio por decenas de curiosos- no se podía dar un paso. Relatan las crónicas periodísticas que "en el momento de aparecer la cruz de guía con los dos faroles en la puerta de la iglesia la emoción fue indescriptible(…); los ánimos de los circunstantes prorrumpieron con grandes vítores, estallando una gran salva de aplausos", reflejó en un sabroso relato para la posteridad el anónimo periodista de El Correo en aquel tiempo.
Aquel 24 de marzo resultó ser un espléndido día primaveral. En los corrillos previos que se fueron formando en Triana desde las tres de la tarde no se hablaba de otra cosa. Ni siquiera las cartas anónimas, las amenazas queriendo impedir la estación y las intimidaciones recibidas en la hermandad días antes de la salida restaron fuerzas al entusiasmo de los cofrades trianeros por cumplir con sus Reglas. Después de sortear graves dificultades económicas, que le obligaron a aplazar el día de salida del Domingo de Ramos al Jueves Santo, la Estrella iba a poner, al fin, sus pasos en la calle, asunto éste sobre el que se agitaba la pasión de toda una ciudad: ¿actuaba o no correctamente la cofradía trianera al sacar a sus imágenes en medio de un ambiente envenenado y enfrentándose a la decisión unánime del resto de las cofradías? Aunque repudiada por los sectores más conservadores de las cofradías, que a esa misma hora participaban al unísono en una vela ante el Monumento de la Catedral como homenaje al Santísimo, la salida de la Estrella concitó un interés inusitado entre el pueblo.
Una auténtica riada humana se agolpaba por el itinerario a seguir por el cortejo. Sin agobios de horario, el desfile de la hermandad era verdaderamente un paseo triunfal. En recorrer el itinerario desde Triana hasta San Pablo empleó la cofradía más de dos horas. El Señor de las Penas salía en solitario en el denominado paso gótico, adquirido en 1908 a la Hermandad del Calvario, tras el que resonaban las vibrantes cornetas de la banda del Tubero. La Virgen, acompañada por la Banda Municipal, aparecía cobijada por el histórico palio que creara para la Macarena en 1891 Juan Manuel Rodríguez Ojeda, un tesoro del bordado que la hermandad adquirió en 1909 y que sacó de manera continua hasta el estreno, en 1995, del nuevo de Garduño.
A medida que avanzaban las horas de la tarde de aquel Jueves Santo, la animación iba creciendo. "Por las calles Reyes Católicos y San Pablo se hicieron numerosas paradas para complacer a las cantaoras de saetas, que se mostraban incansables", detalle pintoresco extraído de la crónica de El Liberal. En este ambiente de entusiasmo inenarrable, donde se sucedían las ovaciones con ensordecedores vivas a la Virgen de la Estrella, continuó la cofradía su tránsito. Todo transcurría con absoluta normalidad, hasta que surgieron los primeros incidentes.
Al llegar la comitiva a la altura del Hotel Madrid, hoy edificio de El Corte Inglés de la Plaza de la Magdalena, se desataron varias carreras y desbandadas entre el público originadas por el alboroto causado por manifestantes incontrolados con motivo de la huelga de los dependientes de bares. Las fuerzas de seguridad consiguieron restablecer el orden bien pronto, pero la normalidad sólo duró unos momentos.
Instantes después, al irrumpir en la calle Velázquez, cayó sobre el palio un objeto pesado que produjo extraordinaria alarma. Se trataba de una perilla de cama de forma cilíndrica que el mayordomo de la cofradía recogió con gran serenidad. Trasladado el artefacto con las debidas precauciones al Parque de Artillería para su examen, se comprobó al día siguiente que la perilla en cuestión era una bomba “imperfecta” que afortunadamente no llegó a estallar. La entrada en Campana de la cofradía fue apoteósica, pero ya en la calle Sierpes, cerca del antiguo Kursaal, fue arrojada sobre el paso del Cristo una piedra de gran tamaño, originando desperfectos en uno de los ángeles del paso y cayendo de rebote sobre un soldado de escolta.
El autor de esta agresión, Manuel Fernández Rosas, de 35 años y con domicilio en la calle Alfarería, fue detenido y puesto a salvo de las iras del público, que trató de apoderarse del individuo con ánimo de lincharlo. Pasados estos momentos de confusión, la procesión continuó su marcha triunfal hacia la plaza de San Francisco, donde una comisión de concejales, con el alcalde a la cabeza, José González y Fernández de la Bandera, recibió a la cofradía y le hizo entrega de la subvención prometida (1.000 pesetas) para cubrir los gastos de la salida. Allí se sucedieron nuevamente los vivas, que continuaron hasta la entrada de la procesión en la Catedral.
Eran las ocho y media de la tarde cuando el palio de la Estrella, rodeado de una masa entusiasta, se detuvo ante la Puerta de San Miguel. Inopinadamente, y cuando mayor era el entusiasmo, una mano criminal se alzó entre la muchedumbre desde la parte más próxima a la Plaza del Triunfo, en el recodo que hace allí la Catedral, realizando dos disparos contra el paso de la Virgen, sin que por fortuna alcanzara a la imagen. “Los desperfectos causados al paso fueron la rotura del parabrisas posterior y el agujereamiento del palio”, detalló El Liberal. El pánico fue enorme. “El público saltaba atropelladamente sobre los que caían al suelo, tratando de ganar las puertas del templo para hallar un refugio seguro”, continuaba el periódico.
El autor de los disparos, Emiliano González Sánchez, de 21 años, trató de escabullirse entre la gente aprovechando la confusión de la multitud, iniciándose una arriesgada persecución. Aún con el arma en la mano, el agresor salió huyendo en dirección hacia el Real Alcázar, enfrentándose a varios números de la Benemérita que le iban siguiendo hasta que un ciudadano consiguió detener su carrera propinándole un fuerte bastonazo. Fue detenido en la calle San Gregorio, junto a la casa de la marquesa de Yanduri, no sin antes haber disparado varias veces contra sus perseguidores.
“En las fachadas de las casas números 22 de calle San Gregorio y 5 de la plaza de la Contratación, se advierten impactos de balas, así como en las fachadas del garaje del señor Casanova y casas colindantes”, informó en su edición el periódico La Unión.Después de estos incidentes, la cofradía salió nuevamente a la calle entre unánimes aclamaciones. El itinerario, no obstante, fue alterado para mayor seguridad regresando la procesión por la calle Alemanes, Avenida, Plaza Nueva, Tetuán, Rioja, para posteriormente discurrir por Reyes Católicos hasta su templo.
Según desvelaría la hermandad tiempo después, a la salida de la procesión por la Puerta de los Palos, un anciano vendedor de sultanas informó sigilosamente a un miembro de la cofradía de que un grupo extremista preparaba un atentado de mayores proporciones al paso de la hermandad por los jardines del Paseo de Colón, junto al puente de Isabel II. Enseguida se dio traslado de la información a un teniente de la Guardia de Seguridad, que envió una sección del Cuerpo a caballo para abortar el atentado, sorprendiendo a los pistoleros, que fueron detenidos en su totalidad, episodio éste que no mencionan los periódicos. La noticia de los tiros contra la Estrella había corrido de boca en boca por toda la ciudad. Aún así, miles de sevillanos arroparon a la cofradía en su regreso a Triana.
Ante la fachada del Ayuntamiento, en presencia de las autoridades, Rocío Vega La Niña de la Alfalfa, entonó una saeta cuya letra se hizo célebre: “Se ha dicho en el banco azul/ que España ya no es cristiana, pero aunque sea republicana,/ aquí quien manda eres Tú,/ Estrella de la mañana”. Al dejar atrás el puente, a la entrada de la calle San Jacinto, arrojaron sobre el paso del Señor huevos impregnados de gasolina que, por fortuna, no entraron en contacto con las velas. Sin otros incidentes, poco después de las once de la noche, los pasos de la Estrella regresaban a San Jacinto entre una apoteosis de fervor “cantándose numerosísimas saetas y aclamándose con verdadero frenesí a las sagradas imágenes”, apostillaba El Correo.
Al día siguiente de los hechos, el señor De la Bandera, alcalde de la ciudad, emitía una nota en la que restaba importancia a los que calificó como “pequeños incidentes” ocurridos durante el desfile de la cofradía de la Estrella, y que “tuvieron por único origen el espíritu intransigente de algunos fanáticos que parecía ponían un empeño decidido en que el orden fuera perturbado”. Y continuaba con unas enigmáticas declaraciones en torno a la posible autoría de los alborotos: “Yo pude presenciar uno de esos incidentes y por ello mismo darme cuenta de que aquellos que debieron poner todo su interés en que el orden no fuese alterado, fueron precisamente los causantes de que se hubiera podido alterar”.
Hasta aquí la película exhaustiva y detallada de los hechos acaecidos en aquel ya célebre Jueves Santo de 1932 y que dieron pie a que, pasado el tiempo, se forjara la leyenda de la Estrella como la Virgen valiente. Un gesto ciertamente de valor el de los cofrades de la Estrella, grabado a sangre y fuego en el imaginario de la ciudad, y que aún hoy, cuando a punto están de cumplirse los 75 años de aquella gesta, se presta a interpretaciones muy contrapuestas y equidistantes. Hubo quienes acusaron a la hermandad de esquirola y de bailar al son del Gobierno y la llamaron despectivamente la Republicana; para otros, en cambio, fue simplemente la Valiente.
Pero, ¿qué acontecimientos desembocaron en que Sevilla se quedara aquel año sin cofradías? ¿Por qué el poder cofradiero establecido retuvo a los pasos en sus iglesias a pesar de los desvelos de las autoridades para que no se suprimiera una fiesta de tanto arraigo? ¿Había miedo a que se produjeran incidentes desagradables o realmente hubo un trasfondo político en la negativa de los cabildos a sacar los pasos? Las respuestas a estas interrogantes hay que rastrearlas en el ambiente de crispación y enfrentamiento que presidió las tensas relaciones entre la Iglesia y el Estado a raíz de la caída de la monarquía y la proclamación en abril de 1931 de la II República.
La nueva Constitución legalmente vigente sancionó la separación absoluta entre Iglesia y Estado. Siguiendo la doctrina de un Estado laico y aconfesional, y en tan sólo unos meses, el nuevo régimen republicano secularizó los cementerios, instituyó el divorcio, disolvió la Compañía de Jesús y se incautó de sus bienes, retiró la imagen de Cristo de las escuelas y prohibió la enseñanza de la doctrina cristiana en las aulas.
Ultrajados e indignados con la política de persecución religiosa que, a su juicio, estaba desarrollando el nuevo Gobierno, los dirigentes cofradieros, en una célebre reunión celebrada en el Pasaje de Oriente el 10 de febrero de 1932, acordaron motu proprio a suspensión de los desfiles procesionales de Semana Santa y la celebración, en su lugar, de una vela ante el Santísimo el Jueves y Viernes Santo en el Monumento de la Catedral. Era su respuesta a lo que entendían como atropellos contra la religión sacrosanta cometidos por la política. “¿Cómo voy yo a sacar tranquilo a la calle un Cristo que se lo quitan a mi niño de las escuelas…?”, afirmó por entonces el hermano mayor de San Bernardo, Antonio Filpo, palabras que resumen las tesis defendidas por los dirigentes de las cofradías.
Dos posturas encontradas
De poco o nada valieron las continuas reuniones promovidas por las autoridades republicanas para doblegar la voluntad de los hermanos mayores y evitar la suspensión de “una fiesta tan importante para el turismo”. La suerte de aquella Semana Santa ya estaba echada. Sólo la Estrella, por 20 votos contra 6, se desmarcó de aquel tácito boicot a la República. Por unanimidad, en algunos casos, y por mayoría, en otros, los cabildos generales de las 41 cofradías restantes –en algún caso no sin cierta polémica– acordaron no procesionar. Las posturas en vísperas de aquella Semana Santa estaban muy encontradas. “Para las izquierdas, el origen de la no salida era transparente como el agua: los elementos monárquicos y de derechas se habían apoderado de las hermandades para erigirse en custodios del más rancio espíritu integrista, persiguiendo con su boicot desprestigiar a la República y difundir a los cuatro vientos una imagen de absoluta anarquía y feroz persecución religiosa”, sostiene el profesor de la Universidad de Sevilla Leandro Álvarez Rey, experto historiador del periodo republicano.
“Las derechas en cambio –prosigue– rechazaban hablar de boicot o de espíritu de venganza. La actitud de las cofradías, según ellas, no era más que un grito de protesta e indignación contra los ultrajes y vejaciones a sus creencias y sentimientos católicos”. Versiones radicalmente encontradas y que han dado lugar, aún hoy, a lecturas muy contrapuestas sobre las razones que empujaron a aquel puñado de nazarenos de la Estrella a echarse a la calle aquel Jueves Santo de 1932. La versión forjada en los años de la dictadura los señala como héroes, valientes que desafiaron abiertamente a las autoridades de un régimen que no reconocía a la Iglesia católica.Para otros, entre los que se encuentra el catedrático de Antropología Isidoro Moreno, más que un pulso a la República, la salida de la Estrella fue un desafío a las fuerzas vivas y dirigentes de las propias cofradías, que utilizaron la Semana Santa como un arma de presión política contra la legalidad democrática republicana. Para el profesor Álvarez Rey, la “verdadera instrumentación” de la Semana Santa se produjo, más que a priori, en los años inmediatamente posteriores a este episodio, cuando destacados dirigentes de la derecha sevillana –algunos con presencia en los órganos de gobierno de las cofradías– utilizaron la no salida de las cofradías en al año 1933 para movilizar el voto de los católicos.
“La Semana Santa se convirtió así en lo que nunca debió haber sido: un campo de batalla entre defensores y detractores de un determinado régimen político”. Transcurridos ya 75 años de aquellos hechos, en la Estrella evitan identificarse con banderías políticas y se limitan a alabar la heroicidad de aquel puñado de nazarenos que en 1932, contra viento y marea, cumplió con lo que dictaban sus Reglas en medio de un ambiente envenenado y nada propicio para la manifestación de las procesiones sevillanas. Una pletórica demostración de “valentía cristiana” para defender su fe bajo lo que entonces se definió como la amenaza vociferante de la exaltación atea.
A pesar de que la magnitud de los incidentes de aquella tarde de abril sobrepasó con creces a los ocurridos en la célebre madrugada de 2000, cuando se sucedieron escenas de pánico, los nazarenos de la Estrella nunca perdieron la compostura y demostraron ser auténticos héroes anónimos.
Por qué son valientes (por José Manuel García)
Fue por estas fechas hace más de treinta años cuando mi primo Blas nos llevó a mi hermano y a mí a apuntarnos a la cofradía de la Estrella. Desde entonces he intentado frecuentar sus dependencias, donde he aprendido que la verdadera valentía de la hermandad no reside en la decisión de sacar las imágenes en circunstancias adversas o con tiempo inestable, sino en el talante de sus cofrades para salir al paso de las dificultades que la vida les pone por delante. He escuchado mil y un relatos de los más mayores que hablaban de cómo se emprendió la obra de una casa hermandad consiguiendo los recursos “peseta a peseta”, o cómo se destinó gran parte de los medios a los más necesitados con el convencimiento de que era poco lo que restaba para la corporación o años de enseres escasos y antiguos sin que por ello perdieran un ápice de dignidad sabiendo que a quien ponía en la calle lo que poseía, poco más se le podía exigir.
Aprendí en esta hermandad que ser valientes es una postura ante la vida en momentos en los que la nave pueda parecer varada y que ser bravos es tomar decisiones duras con uno mismo para socorrer a quien está a tu lado y necesita que le tiendas la mano.
Por eso los hermanos del Cristo orante de las Penas son valientes, porque se empeñan en que los sueños más hermosos de sus cofrades se hagan realidad a fuerza de trabajo, decisión y cariño. Y en este sentido, no todo es cofradía.
Periódicos en pie de guerra
La guerra entre los partidarios de la suspensión de los desfiles procesionales y los favorables a la salida de las cofradías también saltó a la prensa. Editorialistas y articulistas de una y otra trinchera editorial –prensa conservadora versus prensa liberal– rivalizaban en brillantes argumentaciones para defender posiciones antagónicas en una batalla dialéctica que el público seguía a diario con extraordinario interés.El Correo de Andalucía, por entonces Diario Católico de Noticias, abogó claramente por que las cofradías no hicieran estación en aquellas circunstancias de “persecución” a la Iglesia española: “El espíritu religioso se mata si se pretende convertir a las procesiones en cabalgatas con fantoches para atracción de forasteros”. En el liberal El Noticiero, por su parte, se cargaba contra la “maniobra” urdida por los hermanos mayores para hacer bandera política de esta fiesta y se preguntaba: “¿Quién da mayor muestra de intolerancia? ¿El Estado laico que garantiza la pacífica celebración de la Semana Santa, o esos católicos que se oponen a ella para satisfacer un pequeño y anticristiano espíritu de venganza contra quienes, a su juicio, han inferido un ataque a la religión (…)?”
La memoria del último nazareno del 32
Testigos directos de aquella histórica salida confirman que la cofradía se puso en marcha con escaso número de nazarenos, a pesar del llamamiento realizado días antes por la hermandad a sus cofrades y “simpatizantes” para que vistieran la túnica. Uno de aquellos nazarenos, probablemente el único que permanece vivo de la lista del año 32, es Julio Cuesta Melero, padre del actual tesorero del Consejo de Cofradías, que aquel día procesionó con un cirio en el paso del Cristo. “Mi familia no estaba del todo conforme; yo sabía que estaba haciendo algo especial, hasta el punto que estrené unos zapatos que me costaron 12 pesetas en una zapatería de la plaza de San Francisco”.
Tenía entonces 15 años y sus lazos de amistad con Manuel Tacón, carnicero en el mercado de su barrio del Arenal y hombre muy vinculado a la Estrella, le animaron a vestir la túnica, sin reparar demasiado en que algo pudiera pasar. Cuesta mantiene el recuerdo de una estación de penitencia tranquila, “normal”, con mucha gente en la calle, sin palcos ni sillas en la Avenida, con algunos grupos y corrillos que gritaban, pero que eran clamorosamente apagados por los aplausos de otros, como ocurrió en la puerta de Calvillo, en las cuatro esquinas de San José.
Del incidente a la entrada de la Virgen en la Catedral sólo supo en aquellos momentos, ya saliendo por la Puerta de los Palos, que se había producido un alboroto, pero que la procesión, al menos en su tramo, no se alteró lo más mínimo. Fue muy posteriormente, ya de regreso, cuando conoció que se habían realizado disparos contra la Virgen.
Escapó del penal a los dos meses
Emiliano González Sánchez, el autor de los disparos contra la Virgen de la Estrella, fue detenido y condenado en el consejo de guerra celebrado en el antiguo cuartel de San Hermenegildo a la pena de cuatro años, dos meses y un día de prisión como autor de un delito de ofensa a la fuerza armada, aplicándosele la agravante de “gran trascendencia del hecho”. La sentencia, desempolvada y rescatada de los Archivos Históricos Militares por el teniente de hermano mayor de la Estrella, Manuel Domínguez del Barco, abogado a la sazón, considera probado que el procesado fue “señalado por el público como uno de los autores” de los disparos realizados contra la Virgen de la Estrella a las puertas de la Catedral, y también lo responsabiliza directamente de ejecutar “tres disparos” sin hacer blanco contra los miembros de la Benemérita que salieron en su persecución (el corneta Luis Olivera Gómez y Rafael Moreno Sierra) y el soldado de Regimiento de Infantería número 9, José López García.
A Emiliano González Sánchez, soltero, sin antecedentes penales, de 21 años, se le encontraron en su poder una pistola encasquillada marca Franceri calibre 6,35, dos cargadores y algunos otros efectos, entre ellos dos carnés de la CNT, uno de ellos a su nombre, y varios recibos pro-presos, dado que era el encargado de recolectar dichas cantidades que entregaba en el sindicato.
Según queda de relieve en el sumario, que consta de más de 100 folios, en la detención del procesado resultó de gran importancia la participación del público que presenciaba el desfile de la cofradía, hasta el extremo de que fue un ciudadano de 29 años, Diego Jiménez Martínez, quien consiguió detener su fuga propinándole en la cabeza un fuerte golpe con un bastón, rompiéndolo en dos trozos, palos que se conservaban entre los objetos ocupados en estos hechos.
En su declaración, Emiliano González, que era carpintero y trabaja en las obras del Hospital Militar, negó rotundamente que hubiese disparado contra el paso de la Virgen de la Estrella, un delito contra el libre ejercicio de los cultos por el que, en realidad, no fue castigado por este Tribunal Militar. Reconoció que la pistola que le fue encontrada era suya, y que la había comprado hacía mes y medio a un individuo desconocido por “siete duros”, aunque la llevaba encima únicamente con objeto de defenderse de posibles agresiones dadas las “circunstancias de intranquilidad” por las que atravesaba la ciudad, según esgrimió su defensa.
“Se llegó a dudar de si el arma estaba disparada, pero hay pruebas periciales que acreditan que la pistola había sido disparada recientemente. Hay un montón de testigos que lo vieron”, subraya a la vista del sumario Domínguez del Barco.El reo Emiliano González Sánchez se fugó de la prisión central de El Puerto de Santa María en la madrugada del 19 de mayo de 1932. En septiembre de 1933 fue detenido en Badajoz y puesto en libertad por error en el mismo mes. Fue declarado en rebeldía. Ahí se perdió su pista en las actuaciones judiciales…
"Yo era la novia del Matavirgen"
Desde El Puerto de Santa María, donde aquel “mozo de ojos negros y profundos y facciones muy pronunciadas” cumplía condena, la trianera Ana Dapena recibía semanalmente las cartas de su novio. “En ellas me contaba la vida que hacía en la prisión y que no me apurara, que cuando él saliera nos casaríamos”, relata en sus memorias. En contra de la voluntad de su familia, que por entonces residía en San Juan de Aznalfarache, Ana se volvió después de aquel suceso una chica solitaria, redujo las salidas con sus amigas y se encerró en su trabajo, las clases y la costura.
Cuando intentó romper su voluntario enclaustramiento, confiesa ahora a sus 94 años, “me señalaron con el dedo: era la novia del Matavirgen”. Ése es el apodo que la historia reservó para el hombre al que tiempo después uniría su vida, Emiliano González Sánchez, el anarquista que apretó el gatillo contra la Estrella aquel Jueves Santo del 32.
Nacido en 1911 en Alcázar de San Juan (Ciudad Real), Emiliano desembarcó en Sevilla como marino de uno de aquellos barcos que transportaban minerales para la fábrica de Cross. “Así fue como empecé mi nueva vida de novia con él”. Resuelto a no seguir navegando, buscó trabajo en el muelle, encontrando más tarde colocación como carpintero en un taller en la Macarena. “Siempre le juró y le perjuró a mi madre que él no había disparado contra la Virgen”, comenta hoy su hijo, Mario González, que a sus 60 años recuerda la figura de su padre, Emiliano, como “una persona con un carácter muy fuerte y con unas ideas muy particulares. Era muy anarquista y no comulgaba con todo”. Por ello, cree “posible” que su padre participara en aquellos sucesos, “ahora bien, si pegó los tiros o no, no lo sé”.
Después de fugarse del penal de El Puerto de Santa María, Emiliano se internó en Portugal y cambió de nombre –se hacía llamar Francisco López Medina. De vuelta a España, y tras un breve paso por la prisión de Badajoz, logró enderezar su vida en Valencia, donde trabajó como fotógrafo. Falleció a los 54 años en la población conquense de Motilla del Palancar. Hoy sus cenizas reposan en el columbario de la parroquia de San Manuel de Fuengirola, localidad donde reside su esposa. Ocho décadas después, La Estrella cierra el círculo de un capítulo convulso de su historia.
La histórica salida de la Virgen de la Estrella desde el convento de San Jacinto la tarde del 24 de marzo de 1932 |