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martes, 28 de enero de 2014

Cuando el Rocío es más Triana


El esplendor de la marisma ofrecía ayer una estampa muy distinta a los verdes paisajes primaverales de Pentecostés. En su climatología, en su flora y en sus gentes, la peregrinación invernal de Triana cambia en las formas pero no la esencia. El rociero, llamado a ser luz de la conversión y testimonio vivo de fe mariana, afronta la festividad de la Candelaria como un tiempo de preparación, de espera, de romería adelantada para decirle a la Patrona de Almonte que sus hijos trianeros la tienen presente todos los días del año. El aquí estamos otra vez para decirte que te queremos otra vez, eterna plegaria para el reencuentro de Triana con la Reina de las Marismas, volvió a embriagar el sentir de la devoción a la Virgen del Rocío.

Los años sesenta del siglo pasado bautizaron estas frías arenas de los umbrales de enero con las pisadas de ilustres trianeros que fueron hermandad al calor de las candelas. Fuego que fue testimonio cristiano, símbolo de acontecimientos que cambiaron el surco de la historia cuando Jesús era presentado en el templo. También Triana cambió la forma de vivir El Rocío en invierno.

La bicentenaria corporación popularizó su visita a la Blanca Paloma por la Candelaria hasta convertirla en un fenómeno que llenaba la aldea, segundo acontecimiento anual número de fieles tras la romería de Pentecostés. Auge que con el tiempo motivó separar la Fiesta de la Luz de la extraordinaria peregrinación trianera.

La Hermandad Matriz otorgó a la filial del arrabal sevillano la posibilidad de seguir celebrando su Candelaria en la aldea pero el fin de semana anterior a la festividad. Este adelanto no restó un ápice el esplendor de luz que brilla cada año en la aldea desde que Manuel Ruiz Torrens, gracias a la siempre dispuesta leal colaboración de Doña Esperanza de Borbón, se abriera camino desde Villamanrique de la Condesa al Rocío por la Raya Real en la Candelaria. Joaquín Haro de Roda, Esteban Torres, José García Carranza Benjumea, Pepe Fal y Juan Guardiola fueron los precursores, los candelarios que hicieron historia y establecieron esta costumbre que es vida para la fe rociera.

El antiguo simpecado que se estrenara en 1855 preside estos cultos de invierno que permanecen en el tiempo junto a la peregrinación por todos los santos. Triana es especial hasta en esto. Vienen a rendirse a sus plantas dos veces, en noviembre y en enero. Atrás quedaron las candelarias del barrio que reunían a los rocieros sevillanos en torno al templo de San Jacinto, que se erigía entonces en sede de la hermandad.

La Candelaria de Triana fue un año más resplandor de luz en la inmensidad invernal de la marisma. Acertado estuvo Pablo Díez, director espiritual, que concelebró la misa junto al capellán de Triana, Ildefonso Milla, en una homilía en la que invitó a los fieles a ser portadores de esta luz que ha cambiado tantas vidas y ha permitido por intercesión de la que es Madre, Reina y Pastora, una vida de fe que se hace convivencia fraterna en la aldea de Almonte.

Lo demás, la parte festiva también es distinta. Se torna en hermosa convivencia en los patios de los arcos de la casa hermandad donde la sencillez se plasma en vinos y viandas que se comparten como semilla que crece tanto como el amor, que se multiplica cuando se reparte. Las vísperas de la Candelaria, que de nuevo celebrarán los rocieros el fin de semana próximo con la presentación de niños a la Virgen del Rocío, son brillantes porque Triana es mucho Triana y ayer dejaron la aldea de nuevo dando muestras de su fervor. Lo hicieron de la mejor forma posible, rezando. El Santo Rosario supuso el epílogo un año más al intenso fin de semana en el que El Rocío es más Triana.  







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