Cada vez es más habitual encontrarnos en el mes de enero un calendario repleto de igualás de cuadrillas, incluso, en algunos años, de ensayos, el costal llama a la puerta de la Cuaresma mucho antes de que esta haga su entrada; una devoción, una afición, la técnica, el esfuerzo, el trabajo y el sacrificio tan reconocido por todos los cofrades a esos costaleros que vemos que, como los toreros, realizan su particular “paseíllo” previo y preparativo antes de “la faena”.
Los hay que decoran sus costales cual capote de paseo, bien sea con dibujos, pinturas, bordados o simplemente con esa tela que para muchos puede pasar desapercibida, pero para otros tiene un gran componente técnico sea de saco o arpillera, o de cualquier otro material. Los hay que se justifican diciendo que “ellos elijen sus herramientas de trabajo”, otros dicen que es la última moda, o se dejan llevar por las indicaciones de los más doctos en la materia.
Sea como fuere en este “boom costaleril” hay algunos factores muy determinantes en algunos casos para las hermandades, que ven como las cuadrillas de costaleros se convierten en auténticos grupos de presión ante los órganos de gobierno de las hermandades, los que juzgan como en el coliseo pulgar arriba o abajo dependiendo de a quién le vayan a dar la gran responsabilidad de tocar el martillo; los que piden reconocimiento por el trabajo realizado durante un par de meses al año pero que durante el resto del mismo no saben ni cuál es el día de su Titular, y sobre todo aquellos que engrosan las listas de las cuadrillas mientras están en activo pero cuando llega el momento de la retirada no son capaces de seguir el camino de luz bajo un capirote.
El costalero es fuerte, valiente y artista, incluso de vez en cuando se deja ver costal en mano; el nazareno es anónimo, callado y pasa inadvertido para muchos, es uno más en esa fila interminable de luz que ilumina el camino de Nuestro Salvador y su Bendita Madre. El costalero es Antonio, Manuel, Rafael… aquel al que siempre llaman por su nombre antes de levantar al cielo o haciendo una revirá; el nazareno es un número, aquel al que cuando un diputado se dirige a él lo llaman simplemente “hermano”, o escucha alrededor aquello de “nazareno dame cera”.
Son dos personalismos muy diferentes en una cofradía, pero que deberían ser iguales para todo aquel devoto y cofrade; sobre todo para aquel que ha tenido la suerte de poder llevar sobre su cerviz el peso divino de nuestra fe, y que luego no ha sido capaz de seguir ese camino de fe iluminando el sendero que da paso a Aquél o Aquella a la que tanto ha querido cuando ha estado bajo sus trabajaderas.
Si todos aquellos que dejaron el costal hubieran cogido su cirio, no habría carrera oficial lo suficientemente larga como para enmarcar un cortejo en la misma.
Afortunadamente aun quedan hermanos que siguen realizando el trabajo anónimo del sacrificio y la devoción, bien sea bajo las trabajaderas o bajo un capirote, son aquellos que fueron enseñados así en sus familias o que ellos mismos lo aprendieron siguiendo el ejemplo de los mayores, aquellos mayores de los que un día cogeremos el testigo y la responsabilidad de enseñar y guiar por el buen camino a la savia nueva que brota cada primavera en nuestras hermandades.
Paco Afán
Recordatorio Entre lo Divino y lo Humano