El Señor de Pasión forma parte del retablo de Cayetano de Acosta durante nueve días en la colegial del Salvador. Altar en un templo de luces, monumentos de la oración ante Dios, que carga por nosotros todos los males sobre sus espaldas, con heridas y carnes abiertas, apoteosis del amor y el triunfo del bien.
Pese a la oscuridad, la luz de las velas nos acerca más a Él, a la obra de Montañés, madera viva del hombre perfecto. Ahora comienza el misterio, el de la Pasión, el sueño más esperado ante el anhelo que se acerca en las noches de invierno.
Sus heridas son la señal de todo. Dios toma la iniciativa, nunca espera, ofrece, enviando a su Hijo como salvador sin saber cuántos lo acompañaron al sepulcro pero incalculables son los que lo contemplan resucitado.