En las cofradías, lo importante no se ve. Más valiosos que los bordados de cualquier manto es lo que va dentro, los papelitos con ruegos o gratitudes colocados entre las entretelas y el terciopelo, las alianzas o los pendientes de una niña sujetos en las enaguas de la Virgen...
En Navidad, lo importante tampoco se ve; pero hay iniciativas que llegan directamente al corazón: Los Estudiantes recogen cartas a los Reyes de niños del Polígono Sur que los hermanos se encargan de tramitar con Oriente. Son jóvenes y adultos llegan al Rectorado y salen cada uno con su carta. Los racimos de monaguillos son los niños que se ven el martes santo. Estos otros niños del Polígono no se ven pero son igual de importantes. La carta la firma una niña, el nombre no importa; importa la ternura «la escribe mi seño porque tengo faltas y escribo muy mal. Yo me he portado regular este año pero voy a intentar portarme mejor. Necesito un chándal y unos botines para el cole porque mi madre no me los puede comprar. También una Barbie y si puede ser un reloj y unas pinturas para las uñas. Gracias por los reyes del año pasado. Besitos...»
El joven hermano al que le tocó esta carta ahora no trabaja, estudia y ahorra lo que tiene porque está pendiente de resolver su futuro. Pero primero quiso resolver el de esta pequeña que es un futuro que llega en tres semanas. Y allí que se fue, a poner la carta en una cometa que el viento lleve directamente a Oriente para que vuelva con el chándal y los botines. Qué lección más grande en el Paraninfo de la vida. Como la suya, la de decenas de hermanos que hacen tangible el amor del mandamiento del Cristo de la Buena Muerte. Tan buena que no es ni muerte, sino el sueño de ojos serenos de Jesús, que en la Universidad duerme ilusionado como la niña lo hará el 5 de enero. Al fin y al cabo Él también fue niño, y además, el primero que tuvo Reyes Magos.
Recordatorio Opinión