Observo como cada vez el mundo de las Hermandades se parece cada vez más
al de la sociedad, y, por ende, al de la política. Y yo me pregunto: ¿por qué
hay tanta ansia en ostentar un cargo? Quienes estamos dentro de este mundo
durante todo el año sabemos que –si se hace como se debe hacer- implicarse de
lleno en una Cofradía quita bastante tiempo de los quehaceres diarios. ¿Qué
puede llevar a una persona querer llegar a una junta de gobierno a cualquier
precio? Me cuesta pensar que solamente las ganas de prestar un servicio
desinteresado a la corporación muevas a una persona a comportarse como un
politicucho barato de los que hoy día abundan, con programas electorales de
risa y otras estrategias de medio pelo, de esas que no deberían existir en las
Hermandades.
Autolucimiento, figureo, postureo… ¿Poder? Una junta tiene la obligación
de tomar decisiones (beneficiosas) en pro de su Hermandad, pero… ¿poder? Una
junta, un Hermano Mayor, nunca tendrá más poder que Dios, por mucho que algunos
lo pretendan.
Pertenecer a una junta de gobierno exige prestar un servicio, un
sacrificio, una labor callada que ayude a la Hermandad a crecer en todos los
aspectos. Los golpes de pecho no tienen cabida en ningún estrato de las
Hermandades, menos aún en las juntas que las representan. Para prestarse
servicio a sí mismo, recomiendo encarecidamente que vayan a cualquier otra
parte de nuestra sociedad ombliguista, pero que salgan de nuestras Hermandades.
Por ello, creo que todos los directores espirituales deberían preguntarle
a los nuevos dirigentes de las Hermandades: ¿vienes a servir o a servirte?
José Barea
Recordatorio Verde Esperanza