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domingo, 11 de mayo de 2014

De capataces y costaleros: Historia de un oficio (I)



En no pocas ocasiones se ha hablado, no siempre de manera acertada, de quiénes eran y cómo trabajaban los antiguos costaleros profesionales o faeneros, como se les conocía en Córdoba a partir de la llegada de la cuadrilla de Antonio Sáez Pozuelo. Sin embargo es habitual no pasar en dichas referencias de su oficio en las lonjas o de los salarios, raramente bien entendidos, por su trabajo bajo las trabajaderas.

Por ello y a través de las próximas entradas haremos un recorrido por aquellas personas que se atrevieron a realizar un trabajo tan ingrato y desagradecido como necesario para nuestra Semana Santa, intentándolo hacer acercándonos a su perspectiva más personal, y tal vez menos conocida.

Es a partir del Concilio de Trento (1545-1563), y concretamente de su sesión XXV (3 y 4 de diciembre de 1563) cuando la Iglesia Católica decide dotar de una renovada importancia a las imágenes, estableciéndose que: “se deben tener y conservar, principalmente en los templos, las imágenes de Cristo, de la Virgen madre de Dios, y de otros santos, y que se les debe dar el correspondiente honor y veneración”


Con anterioridad a Trento las imágenes eran portadas directamente sobre los hombros, en el caso de algunos crucificados, o sobre pequeñas parihuelas de entre cuatro y ocho personas, llegándose incluso a procesionar reliquias o incluso cuadros; costumbre ésta hoy tristemente desaparecida.

Estas pequeñas parihuelas carecían de zancos, utilizándose durante las paradas horquillas o guizques, de cuyo coste de adquisición o mantenimiento dan testimonio las actas de algunas hermandades cordobesas. Parihuelas portadas siempre en estos primeros años por cofrades de la propia hermandad, los cuales formaban unas pequeñas cuadrillas, si se me permite esta denominación, que debido al poco peso que representaban estas primeras andas trabajaban sin relevos.

Sin embargo es precisamente a partir del concilio cuando las andas irán creciendo en tamaño para por un lado albergar imágenes de un tamaño cada vez mayor y por otro permitir un mayor adorno, tanto en cera como en flores. Todo ello sin perjuicio de su morfología, que permanecerá constante durante los siguientes siglos.

Este incremento provocará ciertos problemas que hoy se consideran "de actualidad", pero que como veremos cuentan con varios siglos de existencia. Uno de ellos es el tan temido problema del número de costaleros (o cargadores en este primera época), el cual se dio, por ejemplo, en la Hermandad del Nazareno en 1756, dado que fue imposible encontrar los suficientes cofrades, recordamos que era requisito imprescindible, de la misma altura como para poder sacar en procesión la imagen de la Magdalena. Como es conocido por todos esta hermandad tenía un carácter nobiliario muy estricto, lo que dificultaba la entrada de nuevos cofrades y por tanto la posibilidad de encontrar suficientes cargadores en su nómina de hermanos; problema que no encontraron en la imagen de San Juan, propiedad igualmente de la hermandad, por encargarse de sus andas los miembros del gremio de escribanos públicos.

En este ambiente el trabajo de cargador se encuentra muy reconocido, tanto personalmente como "profesionalmente"; personalmente se convierte en un privilegio poder ir tan cerca de la imagen, mientra que profesionalmente es una labor agradecida por las hermandades con vino, dulces, etc. Reconocimiento, no obstante, que no paliará el tremendo esfuerzo que supone esta labor, toda vez que las imágenes serán portadas en andas cada vez mayores y dada la necesidad de ser miembro de la hermandad, por un número siempre limitado de éstos; a lo que habría que añadir una forma de cargar, sobre un hombro, completamente asimétrica y por tanto más  penosa para los cofrades. Y muestra de todo lo anterior es el adelanto del horario al que se llega en ciertas cofradías cordobesas con el fin de evitar las horas de mayor calor.

Una consecuencia directa y lógica a todos los cambios descritos es la necesidad de buscar cargadores fuera de la propia cofradía, encontrando ejemplos tan curiosos como el ocurrido en 1786 en la Hermandad del Nazareno o en 1817 en la Hermandad de las Angustias. En ambos casos fueron miembros de la tropa los que portaron las imágenes de San Juan en el primer caso, o Cruz y la Santísima Virgen en el segundo.

 David Simón Pinto Sáez





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