Al son de un pandero, afinado, extremadamente agudo, con ecos tan profundamente oscuros que llegan con la acerada sonrisa de una daga a la esencia del ser. Bofetada en la ilusiones del ser que se contempla a sí mismo, en distintas diapositivas de su existencia vital. No hay serenidad, el sueño, es un pozo de inquietudes, más que una pausa en el camino y continúa la danza...
Débil, desorientado, perdido. Los admirados por las tinieblas, al terminar su misión son inutilizados ¿Cómo se clama al cielo teniendo el alma de barro secado al calor de la indiferencia del resto?. Por ello, la luz divina no hace distinciones, los estigmatizados bañan sus hirientes soledades, en los contrastes, que solo Dios sabe otorgar por muy tenue que sea el camino. Las manos de Jesús afinan al ser maltrecho y dota su voz de la alegría necesaria para vivir. ¿Hermandad?, no. La danza excluye, sabe hacer dudar como nadie, aprovechando el noble silencio de los Ángeles. ¿Seguiremos mirando hacia otro lado, o en nuestras indiferencias nos acordaremos de las Bienaventuranzas de Jesús?.
José Antonio Guzmán Pérez
Recordatorio Calvario de Iris: Manos