Hoy quiero hablar de un tema que me molesta especialmente cuando una
Hermandad está procesionando por las calles. El Silencio. Normalmente critico
muchísimos aspectos de la Semana Santa sevillana, pero si en algo les admiro,
es en el respeto que muestra el público cuando está observando el discurrir de
una Hermandad, especialmente cuando ésta es de las de “negro”. Pero también con
las demás, salvo alguna excepción aislada.
Yo pensaba que era un problema concreto de mi ciudad, ya que aquí se
tiene la mala costumbre de aplaudir cuando se levanta el crucificado del
Silencio, el palio de la Concepción, el Santo Entierro o la Soledad, y
muchísimas más faltas de respeto, que prefiero ni mencionar. Pero conforme voy
conociendo más Semanas Santas, observo con pesar que este problema se va
generalizando, y realmente me da mucha pena. Otra de las situaciones que me da
mucha pena es ver a estas Hermandades caminar prácticamente solas incluso por
carrera oficial, porque todo el mundo prefiere irse para las grandes ciudades a
ver “bombos y platillos”. Este problema se agudiza mucho en la jornada de la
Madrugá.
Todo proviene de lo mismo, la batalla entre el folclore y la
religiosidad, desde hace tiempo, comienza a ganarla el folclore. Hoy en día, el
público parece estar más pendiente de que concluya un interminable solo de
corneta o flautín o de que un misterio coleccione cambios para comenzar a
aplaudir y lanzar “olés” y “vivas”, que en contemplar lo que va sobre el paso y
saber valorar un buen racheo costalero de una Hermandad de negro de su ciudad.
Y, a su vez, esta victoria momentánea del folclore sobre la religiosidad, está
motivada por una carencia que menciono en casi todos mis artículos: la falta de
formación cofrade y cristiana. Tenemos que enseñar a los miembros de nuestros
Grupos Jóvenes, futuros cofrades, cuándo es procedente aplaudir (muy pocas
veces), y cuándo es necesario callar (casi siempre). Porque lo que hoy en día
le llega a la juventud, es que en esto de la Semana Santa todo es espectáculo,
entre bandas y chicotás interminables, costales que tapan los ojos y más aspectos
que nos alejan de Dios.
Una vez escribí sobre eso de “copiar” en el mundo cofrade, y decía que no
hay nada malo en ello, puesto que toda idea proviene de una anterior, y siempre
aporta algo nuevo. Pero en este tema considero que quizá deberíamos dejar de
intentar copiar la masificación de salidas extraordinarias, los ojos de tal
dolorosa sevillana o el tallado de tal barco hispalense, y centrarnos en
adoptar algo verdaderamente envidiable, elogiable y verdaderamente
imprescindible para cualquier Semana Santa: su silencio, su respeto.
José Barea