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viernes, 19 de septiembre de 2014

De Historia y Vida de la semana Santa: En lo que se escribe un pregón


Llegado el otoño, muchos cofrades comienzan a hacer sus quinielas sobre los posibles nombres del siguiente pregonero, exaltador o presentador; bien de la Semana Santa, de una imagen o de un cartel, que también este último tiene derecho a ser protagonista, oiga usted. Y no menos cierto es que, aunque las fechas de la designación oficial son más o menos las mismas cada año, dependiendo de la fecha en la que celebremos la Semana Santa el elegido tendrá una luna más o una luna menos para poder escribirlo.

Algunos pregones están escritos con anterioridad a la designación, aunque algunos otros, tal vez la mayoría, comenzarán a tomar forma un segundo después de la tan esperada, aunque nunca reconocida, llamada telefónica. A partir de dicho momento el "afortunado" pasará horas en la soledad del Word y con la única compañía de los recuerdos y experiencias vividas sin el preaviso de que servirían para un pregón. ¿Quién me lo hubiera dicho a mí, que justo este momento me serviría para abrir mi pregón?, habrá dicho más de uno.

Todo en la vida tiene un tiempo. Un noviazgo, una amistad, un embarazo... Y sin embargo castigamos a los pregoneros con el contemporáneo pecado de la prisa, exigiéndoles que encuentren la inspiración precisamente durante los meses en los que las cofradías rehúyen, de manera mayoritaria, de cualquier manifestación externa. Tal vez este sea el motivo por el que algunas Cabalgatas de Reyes evocarán palios pasionistas. Quién sabe. Lo único cierto es que, con el permiso de algún Triduo, no es diciembre el mes del incienso o el azahar.

Sin embargo no hay mejor inspiración que el momento de ponerse una túnica de nazareno. No hay mejor vivencia que colocar la medalla de la hermandad a un hijo instantes antes de salir camino de la iglesia el día de la salida procesional. O aquel pellizco que se coge en el estómago cuando alguien arranca una saeta al mismísimo silencio de una hermandad de centro. ¡Ay!, qué momentos aquellos. Y sin tan sólo alguien le hubiera dicho al pregonero que lo guardara en el recuerdo para el próximo pregón...

¿No cabría anunciar al pregonero un Viernes de Dolores del año anterior? Tal vez se piense que el pregón debe escribirse desde el recuerdo, sin interferencias sincrónicas, como si éste debiera ser un alarde de memoria sentimental. ¿Nos atreveríamos a cambiar la memoria por los sentidos? ¿Sería posible alguna vez dar la oportunidad al pregonero de vivir su futuro pregón en primera persona? ¿Sería bueno que el pregonero pudiera buscar los momentos sobre los que quisiera hablar, durante la Semana Santa previa a subirse al altar?

Conociendo a algunos pregoneros esto supondría una condena no sólo de 3 meses, sino de todo un año; condena tanto para el protagonista como para su familia. Condena para aquellos pregoneros que tras imprimir varias versiones, a cada cual más definitiva, hacen las últimas correcciones a pluma sobre el texto entregado para su impresión a la propia Agrupación. Para otros sería la oportunidad de elegir con quién vivir algunos momentos. Sería una visa para escoger qué ver sabiendo que ese marco, y no el de los recuerdos a veces apulgarados, será el de las pastas sobre el que llevar su oración.

Aunque conociendo al mundo cofrade, la condena sería la de los comentarios de la Semana Santa previa: "Sí, yo lo vi ayer en el encierro del Huerto. Seguro que habla de la Candelaria". "Yo vi al pregonero bajando la Cuesta del Bailío, y creo haberle escuchado decir que hablará de cuando bajó por allí de pequeño con la Buena Muerte". "Pues yo lo vi andando por Conde de Cárdenas. Seguro que habla de cuando nos tomábamos un bocata en el Bocadi antes del encierro del Sepulcro".

Las cosas de los cofrades...

David S.Pinto Sáez













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