Suspira el querubín con tristeza al comprobar que todas las noticias son la misma repetida. Alguien toma el cargo de dirigente y deja su impronta echando y fichando. Aunque ese suspiro es una gárgara cuando el que expulsa es el mismo que antes puso y tomó lo que era suyo, dejando una sombra alargada de duda.
Al Ángel no le quedan suspiros porque ya sobrevoló campos de Castilla y no vio a Machado, pero escuchó cornetas. Las que durante meses sonaron con cercanía y, por más que lo negaran, ahora llegan hasta el compás donde casi siempre sonó el bombardino.
El suspiro sonó como un rugido en la ciudad de los poetas cuando, olvidando los versos, los hermanos de su patrona dijeron que no habrá magno paseo a la capital, que no habrá curia los obligue, que viven en su reino independiente de campos y campiñas.
Joaquín de Sierra i Fabra
Recordatorio El Suspiro del Ángel: Sobrevolando bandas