Cada cual tendrá la propia, la de la infancia, la del asombro, la del escalofrío que te recorrió la espalda una noche de primavera. Cada uno poseerá un nombre, un rostro, una mirada o varias que lo aprisionan en la celda umbría de lo inaprensible. El misterio en cómo brota un sentimiento que no controlamos, que manda, que nos guía.
Existen en mí desde siempre, desde aquella primera vez, no en que las vi, sino que me estaban esperando. La primera me tocó la juventud impetuosa. Me atrapó entre las ganas de hacer cosas distintas. En estos días, en que el mundo parece querer inmolarse ante el hartazgo de sí mismo, recuerdo aquellas miradas que nos prestamos. Aquellos en que la Virgen de la Caridad era una promesa tibia, sugerente. Aquel despertar arrebatado porque la pasión devocional es más fuerte que las demás.
Y, cuando menos lo esperas, una mañana de Viernes surgió al paso de mis sentidos renovados. Fueron los votos renovados. Lo único que no cansa de las cofradía. Tener lo que no tienes. Poseer lo que no posees por un instante, efímero, de luz sobre su rostro, de un horizonte azul y gris que promete y amenaza. Y, sobre su tez, un mirada te arrebata y te espanta. Te cuestiona lo que has vivido porque te está diciendo que eres otra persona distinta a la que creías. Y, allí, cerca de Sor Ángela estaba la Esperanza, la Estrella de la Mañana. Y, como un suspiro, los días cambiaron para siempre.
Los amores más sinceros surgen cuando no los buscas, cuando luchas contra ellos porque no quieres hacerte prisionero. Temes al cambio, por más que el cambio consista en la transformación -permanente y necesaria- que agita la existencia. Y esa existencia es un camino tortuoso de charcos y arena en los que el hombre camina hasta cuando no sabe su destino. Y de repente, cuando crees haber dejado atrás cosas, te das cuenta del sentido verdadero de la pérdida y no hay un dolor más grande. Un instante después, te levantas y caminas hacia Ella. Es el amor de la madurez, que no excluye a los que sentiste y sientes, mas es el fundamental para comprender lo que has vivido. Sin mi Desconsuelo, lo de atrás no sería presente, no sería una fe completa.