Vergüenza, asco, repugnancia… No se me ocurren calificativos más duros que no deriven en insultos directos ni existe crimen más abominable que el que se perpetra contra los más inocentes, los niños. Dejando aparte la demagogia barata de hacer creer al pueblo idiotizado que sotana es igual a pederasta o que los abusos a menores sólo se producen alrededor del clero (pan y circo, ya saben…), el lamentable espectáculo ofrecido por algunos de los dirigentes eclesiásticos de nuestra iglesia es repulsivo. En este asunto no sirven las medias tintas, ni hay ecuanimidad que valga, hay que ser claro, conciso y por encima de todo, contundente. Si algún malnacido ha tocado a un niño, debe ser expulsado de inmediato del seno de la iglesia y la propia iglesia personarse como acusación particular en el proceso que se inicie al respecto. Con todas las garantías legales y procesales, como no puede ser de otra manera, aquí también hay que aplicar la presunción de inocencia, pero en tanto no haya una respuesta clara e inequívoca de los tribunales, el implicado debe ser suspendido y retirado de inmediato.
Y por encima de todas las voces que se alcen han de estar las de los dirigentes eclesiásticos. He escuchado a Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal, ser especialmente contundente en relación al asunto de Granada. Ese es el sendero correcto. También lo es el iniciado por el Sumo Pontífice. "¿Qué cómo lo estoy viviendo? Con gran dolor, con grandísimo dolor. Pero la verdad es la verdad y no se puede esconder", eso ha dicho Francisco ayer mismo en Estrasburgo tras pronunciar un discurso ante el Parlamento Europeo. Se está esforzando el Santo Padre en hacer una raya en el suelo y eso le honra. Aunque a veces parezca que está casi solo. El silencio que hasta ahora era de uso común en casos como éste es algo obsoleto, anacrónico... infame.
En cambio, la actitud del arzobispo de la ciudad de la Alhambra ha sido vergonzosa, intolerable, repugnante, engrosando ese rosario de actuaciones para olvidar que monseñor Martínez ha ido configurando a lo largo de los años. Solamente cuando la presión de la opinión pública y de sus superiores jerárquicos ha surtido efecto, el individuo que responde al apellido Martínez se ha dignado a aparecer ante los medios, con más tibieza que otra cosa, para escurrir el bulto de su responsabilidad, como siempre ha hecho. Limitándose a esos artificios vacíos de casi todo menos de ese espectáculo que tanto gusta en ciertos grupúsculos que están dentro de la Iglesia Católica, o eso dicen aunque sólo hay que observarlos en silencio para darse cuenta que lo están pero de la del siglo XV, y que no sirven para nada. El perdón se pide ante Dios en privado, no haciendo ostentación, y antes, mucho antes, a la cara a los que han sufrido lo que han sufrido.
En cambio, la actitud del arzobispo de la ciudad de la Alhambra ha sido vergonzosa, intolerable, repugnante, engrosando ese rosario de actuaciones para olvidar que monseñor Martínez ha ido configurando a lo largo de los años. Solamente cuando la presión de la opinión pública y de sus superiores jerárquicos ha surtido efecto, el individuo que responde al apellido Martínez se ha dignado a aparecer ante los medios, con más tibieza que otra cosa, para escurrir el bulto de su responsabilidad, como siempre ha hecho. Limitándose a esos artificios vacíos de casi todo menos de ese espectáculo que tanto gusta en ciertos grupúsculos que están dentro de la Iglesia Católica, o eso dicen aunque sólo hay que observarlos en silencio para darse cuenta que lo están pero de la del siglo XV, y que no sirven para nada. El perdón se pide ante Dios en privado, no haciendo ostentación, y antes, mucho antes, a la cara a los que han sufrido lo que han sufrido.
La iglesia somos todos los católicos, no una casta (qué asco de palabra) de sacerdotes, religiosos o jerarcas con mitra. Bastante nos atizan, que es lo que hacen cuando atacan a la iglesia, atizarnos a todos los católicos, como para que la propia curia ofrezca carnaza a los que están hambrientos de sangre y deseando tener una excusa para defender la disolución de todo lo que representa. Por eso somos los católicos los primeros que tenemos que levantar la voz por encima de las de los demás, para decir que esta gentuza debe ser desterrada permanentemente del lugar que ocupan. Luego podríamos abordar el asunto teológico del arrepentimiento y el perdón, pero no me corresponde, ni me importa. Una cosa es que un culpable se arrepienta de verdad y se le perdone, y otra muy diferente es que se le mantenga su cargo, de sacerdote o de lo que sea.
La iglesia, desde todos sus estamentos debe dar ejemplo y predicar con voz potente y sobre todo transparente en los asuntos morales en lo que entienda que debe pronunciarse, el aborto, la pena de muerte, o cualquier asunto social. También en este, porque además le afecta directamente. La mentira está absolutamente extendida en la población (al menos en la parte más borrega de la misma) y del mismo modo que es creencia generalizada la falacia de que la mayoría de los políticos son unos corruptos, gracias a cierta prensa y algún que otro individuo con beca y/o coleta, lo está igualmente que la mayoría de los curas son unos pederastas, por culpa de una asquerosa minoría que hace un daño incalculable, en primer lugar a las víctimas y en segundo a todo el catolicismo. Mientras no se hable con absoluta contundencia en este asunto no empezaremos a hacer comprender que somos los primeros interesados en que estos hijos de puta sean expulsados de la iglesia y que se pudran en la cárcel… y luego ya que se les perdone “teológicamente”, si eso….
Lo que sucede es que la actuación del clero (jerarquía o no) está plagada de episodios repugnantes, posiciones tibias o directamente rechazables que nos han avergonzado a los católicos muchas veces. Más allá de payasadas como las andanzas de la “monja jartible”, que diría el Maestro Burgos, o de aquél ridículo cura que salía con Sardá a altas horas de la madrugada y cuyo nombre afortunadamente ha dejado de ocupar un lugar en la memoria colectiva, todos recordamos, la hiriente, odiosa, imperdonable e inolvidable actitud de la iglesia vasca (generalizando, lo cual es injusto por supuesto) con respecto a los años de holocausto al que sometieron al pueblo de España los asesinos del hacha y la serpiente. Recordamos el asco y la repugnancia que provocaban en los católicos de buena fe, las palabras del miserable obispo Setién, o los miles de funerales que no pudieron nunca ser celebrados en una parroquia porque sinvergüenzas con sotana negaban sus templos para oficiarlos. O la deleznable actuación de la curia en Iberoamérica, ora amparando a dictadores, ora aplaudiendo y justificando a grupos terroristas. Y por supuesto de la actitud connivente del Vaticano ante tanto daño provocado por sus ministros.
Ahora es intolerable una actitud similar con el asunto del abuso a menores. No se puede permitir que continúen existiendo reacciones tibias con esta vergüenza, con este crimen. Somos mayoría los católicos a los que nos produce asco y exigimos una respuesta dura e inequívoca cada vez que algo así se produzca. Y si este personaje que rige los destinos de la iglesia granadina, protagonista de demasiados escándalos a lo largo de su oscura trayectoria, es incapaz por pensamiento, obra u omisión de tomar las medidas oportunas y de adoptar una posición firme, contundente e inequívoca frente al escándalo del que todos hemos escuchado hablar (más allá del respeto a la mencionada presunción de inocencia), a la puñetera calle con él. Seamos nosotros mismos, el pueblo cristiano, los que le enseñemos la puerta de salida. Pase que acabe en los tribunales por el lamentable conflicto del libro presuntamente plagiado, pasen sus enfrentamientos vergonzosos con Castillejo a cuenta del poder que cada uno tenía, pase el tema del libro misógino publicado por la editorial que él puso en marcha, pase que perpetrara o dejase perpetrar un golpe de estado en la agrupación de cofradías de Córdoba para poner a un títere con el objetivo de someter al sector potencialmente más díscolo de todos los que componen ese conglomerado que se llama iglesia, pero hasta aquí hemos llegado. Con ser grave toda esta retahíla de episodios “desafortunados”, este tema los supera a todos con creces. O es usted contundente o no debería hacer falta que dimita, sino que el Vaticano le cese fulminantemente. En caso contrario, el descrédito terminará siendo absoluto, el ataque cada vez más extendido y las iglesias más vacías. Si realmente se ha iniciado una revolución en la Plaza de San Pedro, que se demuestre, con hechos y no con gestos ni palabras, y que se demuestre ya. Mañana puede ser tarde.
Guillermo Rodríguez