Inevitablemente cada año nos enfrentamos a la noche de San Silvestre como el que se enfrenta a un paso de frontera. Así de simples somos los seres humanos, al menos los occidentales. Como cuando se cierra la elaboración de unas cuentas anuales, a veces da la sensación cada vez que llega este día de que cerramos una etapa y abrimos otra radicalmente diferente separadas entre sí como si cada año fuese un departamento estanco, contraviniendo el principio de empresa en funcionamiento que rige sobre la confección de las mencionadas cuentas y sobre la vida misma. Cada vez que la soleá y los doce rasgueos de Juan Serrano (no confundir con ningún pregonero) atruenan en el reloj de las Tendillas, tenemos la absurda costumbre de elaborar una larga lista de deseos acompañada de otra, generalmente más reducida, de propósitos de enmienda y de cuestiones a poner en marcha, la mayoría de las cuales (de una lista y de otra) jamás se materializan.
Si esperaban por parte del Cirineo una visión edulcorada de las cosas porque en días como hoy “hay que decir lo que hay de decir”, ser positivo y autocomplacerse (sin doble sentido) mintiendo si es necesario, han acudido al lugar equivocado. El año que nace ante nuestros ojos promete estar cuajado de grandes cambios, de revoluciones, en todos los ámbitos. A veces parece que un cataclismo se va a precipitar sobre nuestra realidad modificando el entorno más cercano de tal suerte que ni política ni socialmente volveremos a ser los mismos, y que este 2015 nos cambiará definitivamente, para siempre. Dentro de 365 días, analizaremos cuánto hay de verdad en estos pronósticos, o si finalmente todo quedará en una nueva quimera irrealizada, en un nuevo rosario de errores, como las predicciones de todos esos charlatanes que camuflan sus cuentos chinos tras un número de teléfono de las madrugadas de insomnio. O si el desastre que se cierne sobre Grecia tiene su desastrosa continuidad en lo que mi admirado Dominguez Arjona denomina, con gran acierto, Expaña, en forma de votos a un partido de mentirosos y demagogos sin más proyecto de futuro que la venganza y la ruina.
Que muchas cosas han de cambiar es incuestionable. Y el universo cofrade, como parte activa de la sociedad en la que se haya incrustado no es ninguna excepción. Demasiados escándalos, demasiadas actitudes reprobables, demasiados impresentables actuando e interactuando entre el aroma del incienso. Flaco favor hacen a la salud de nuestras corporaciones aquellos que, teniendo la responsabilidad de poner de manifiesto aquellos aspectos que requieren una necesaria revisión, callan de manera pesebrera y cómplice para poder seguir teniendo amigos donde y cuando corresponda y fuegos en los que calentarse cuando sea menester.
Algunos hace mucho que decidimos no estar en esa onda y salirnos del carril establecido. Por eso hemos generado un nutrido grupo de enemigos compuesto mayoritariamente por aquellos que practican con gran soltura la política del avestruz con sus ineptitudes y las de los que les rodean y al que se suman sus palmeros y los que desde la sombra usan a estos como tontos útiles. Estos son los más peligrosos, los que jamás dan la cara por inteligencia impostada o cobardía en ocasiones genética, mientras aprovechan al patán de turno para que ladre a la luz pública mientras ellos continúan cosechando en la oscuridad. Usando y abusando de personajillos sin talento ni capacidad para soportar sobre sus hombros el peso que supone dirigir una hermandad (o una comunidad de vecinos) a pesar de llevar en la mano una vara dorada o sobrevivir cerca del que la ostenta y que contrarrestan su propia necedad con técnicas que harían palidecer al mismísimo Capone cuando los contrarios no les bailan el agua.
La rebelión que ha de venir no es sino una consecuencia de nuestro pasado más o menos inmediato. Si el tipo de la coleta goza de probabilidades reales de vivir en Moncloa, no será porque un hada madrina le toque con una varita el próximo mes de noviembre, sino como consecuencia de una larga sucesión de pecados que deriven en semejante posibilidad.
Nuestras cofradías están sometidas a una crisis de valores de características similares a la que acucia a la sociedad. Y al igual que ésta, se encuentra necesitada de sufrir una revolución. Una metamorfosis que debe cambiar lo que son o en su defecto cómo son. En las manos de todos está que resurjan de sus cenizas como el Ave Fénix o continúen agonizando paulatinamente hasta alcanzar la muerte.
Los cofrades hemos alcanzado una encrucijada y estamos obligados a tomar una decisión. Dejar nuestras hermandades como están, pudriéndose poco a poco por culpa de la acción de unos cuentos incapaces, mientras los capaces se marchan hasta las mismísimas narices de pelear contra molinos de viento o asumir nuestra cuota de responsabilidad y remar en dirección contraria a la corriente que nos empuja al abismo y la desaparición. No podemos seguir embelesados con los brillos que provienen de otras latitudes y afrontar que estamos inmersos en una crisis de consecuencias lamentablemente previsibles.
Es imprescindible expulsar a los dictadores de sus filas, a los supuestos gurús que imponen sus verdades absolutas, a veces desde la casa hermandad y otras desde las tabernas o cafeterías, con billetes, pluma, batuta o alfileres entre los dedos, despreciando cualquier pensamiento que se separe del camino recto de su pensamiento único. Y los cofrades de a pié somos los que tenemos que gritar que hasta aquí hemos llegado. No podemos tolerar a impresentables que ensucian todo lo que tocan desde su trono de impunidad. Tenemos que ocupar el sitio que nos corresponde, tomar conciencia de que las hermandades no son cortijos propiedad de unos cuantos semidioses, regresar a nuestras casas de hermandad, ocupar los cabildos y decirles a la cara que no nos representan, que queremos que se vayan, que están matando nuestras cofradías, que están cada vez más vacías por su culpa y por nuestro silencio, pregonar que no nos merecemos a ciertos dirigentes, y decirle a la curia que no vamos a tragar con más pucherazos, con juntas de gobierno (con minúscula) que aprueban restauraciones a espaldas de sus cabildos o con ventas de patrimonio que se presentan a los hermanos como un ejercicio de hechos consumados. Los cabildos han estado hasta ahora en casi todas partes controlados por un reducido número de hermanos orquestados desde el poder, porque los que piensan diferente lo hacen desde sus casas. Ha llegado el momento de demostrar que las hermandades están vivas, heridas pero aún vivas, y sobre todo que son nuestras, de los hermanos de a pié, que aquí no hay élites sino que todos somos iguales. Y que los dirigentes han de venir a servir y no a servirse, que quien tenga afán de notoriedad que monte una peña u organice una carrera popular de esas que tanto gustan en esta bendita tierra y que se hacen con dinero público, mucho más que el que se destina a subvenciones a cofradías y que a los impresentables de Córdoba Laica y a especímenes que se mueven por los mismos pozos de podredumbre, no molestan en absoluto, porque no se destina a nada que les suene a cristiano. Tengamos siempre presente que, a pesar de lo que piensan todos estos giliprogres, el universo cofrade siempre constituyó uno de los escasos movimientos sociales en los que contra viento y marea existió democracia, incluso en tiempos de dictadura y fue contestatario desde sus orígenes con el poder establecido, al contrario, dicho sea de paso, que en muchas de sus propias asociaciones “participativas” a pesar de llenárseles la boca con la palabra democracia, sin tener ni la más remota idea de lo que significa. No permitamos que su propia idiosincrasia cambie ahora.
Que nadie nos calle. Censuremos la acción de los que creen poder hacer de su capa un sayo, protestemos en los cabildos y en los medios, que el mundo se entere de la calaña de estos personajillos y sobre todo de que no podrán con nuestra rebeldía. Limpiemos nuestras hermandades, porque los mejores elementos se están marchando, inmersos en el hastío más absoluto, cansados de luchar contra las mareas, sin apoyo y sin esperanza.
Éste será el Año de la Rebelión o de la nada. Feliz Año Nuevo...
Guillermo Rodríguez
Recordatorio El Cirineo: Cofraudes