Una de nuestras grandes pobrezas actuales es no tener tiempo para nada; y peor aún, para nadie. Y precisamente las personas necesitamos muchísimo tiempo. Tiempo para uno mismo, para poder pensar.
Sin tiempo somos inmensamente pobres. Cuando lo malgastamos nos empobrecemos y estamos empobreciendo a otros. Realmente, si nos paramos a pensar, las cosas importantes brotan al final de una larga temporada y tras un consumo considerable de paciencia.
Cuando estamos con prisas no nos atrevemos a decir nada a nadie, preferimos el silencio. Solo los que se quieren se dan tiempo. Solo a los que queremos les damos tiempo. Y muchas veces no nos percatamos de que el tiempo que le dedicamos a Él es insuficiente, el que tanto nos quiere, el que nos regala tan preciado bien. Es increíble lo que nos cuesta darle media hora de nuestro tiempo a la semana para ir a misa un domingo. O cinco minutos cada noche antes de dormir...
Regalar tiempo, nuestro tiempo, es uno de los mayores dones que poseemos. ¿No nos damos cuenta de que si tuviéramos tiempo podríamos decirnos cosas más importantes?
Es necesario organizarnos y sacar ese ratito para hablar con Dios. Soy la primera que reconoce que en épocas de estrés me falta tiempo para todo, incluyendo el acudir a misa. No valen excusas. El tiempo es un bien inmaterial pero muy manejable (en el sentido de que uno se lo reparte y aprovecha como desea), así que desde aquí hago mi particular llamamiento a todas aquellas personas que en alguna ocasión se ven envueltas en esta falta de organización temporal.
Sea como sea siempre hay un hueco para dedicarle a ÉL. Si queremos llevar una vida de paz interior, entonces es simplemente necesario.
Estela García Núñez
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