Hace un par de días, nuestro querido amigo Pachi Giraldo puso en WhatsApp
una Carta de Jesús en Navidad, que casualmente yo había tenido el placer de
leer no hace mucho tiempo. En resumidas cuentas, nos narra cómo el día del
cumpleaños de Jesús (Navidad) todo el mundo celebra fiestas, almuerzos, cenas,
copitas por allí y por acá, pero nadie se acuerda de Él. ¡Ni el día de su
cumpleaños! Describía la Navidad pasada, en la que el propio Jesús se “coló” en
una de las fiestas porque ni siquiera le invitaron, y nadie le hacía ni el más
mínimo caso, ni se percataron de su presencia. Está escrito a modo de cuento
pero… ¡Cuánta verdad!
Nos bombardean con mensajes navideños desde hace semanas, ponemos a Papá
Noel en el lugar que corresponde a otros (parece que cualquier excusa es buena
para patear cualquier elemento cristiano), compramos por encima de nuestras posibilidades
los mejores regalos para todo el mundo, fiestas, desmadre, beber de más hasta
el punto de ni acordarse lo que se ha hecho, estamos alegres incluso
especialmente sensibles hacia los demás, pero… ¿Sabemos por qué? ¿O simplemente
lo hacemos porque lo dicen los anuncios de El Corte Inglés? Olvidamos lo
primordial, festejamos la venida de Dios hecho hombre al mundo. El que se
despojó de la divinidad para sentir como un humano, padecer y sufrir como tal,
es el primer olvidado en la conmemoración de su propio nacimiento. Nos
obsesionamos en consumir, sonreír con hipocresía a gente que no nos cae bien
pero “hay que hacerlo porque es Navidad”, parece más una fiesta de caretas (las
que nos ponemos denominándolas espíritu navideño) que una festividad religiosa.
Eso sí, ahí no importa que seas ateo, puesto que los días festivos nadie
trabajo, pero ese es otro tema, y no quiero irme por las ramas.
Los cofrades somos muy dados a hacer lo mismo que los invitados a la
fiesta que comentaba al principio. Celebramos festividades religiosas,
especialmente la Semana Santa, pero nos olvidamos de Dios. Monseñor Asenjo lo
definía muy bien: “Me preocupa la religiosidad popular como una afición sin
Dios”. Nos sucede cuando prestamos más atención al solo de corneta de una banda
que al Señor que va sobre el paso, cuando utilizamos el mundo de la Semana
Santa para destacar sobre los demás, cuando señalamos al que se equivoca de
forma despiadada pero sin tenderle la mano para seguir adelante y corregir los
fallos, cuando alejamos la vista de Jesús… Bajémonos por un segundo de la nube
del espíritu navideño, y acordémonos que Jesús vino al mundo para salvarnos,
para dejarnos el espíritu de verdad, el Espíritu Santo, que guía de la Iglesia,
nuestra Madre Iglesia a la que hemos de tener presente en todo momento y
sentirnos parte de Ella. Demos gracias al Señor, invitemos a Jesús a esa fiesta
de su cumpleaños que se celebra en nuestros corazones. No hace falta que
vayamos a las grandes superficies para comprar nada, Él se conforma con nuestra
felicitación, con nuestro esfuerzo diario, con nuestro sacrificio y con lo
poquito (o muchito) que ayudemos a los demás. ¡Ábrale la puerta! Feliz Navidad
y próspero año 2015, querido lector, le deseo que el Amor y la Esperanza colmen
su vida.
José Barea
Recordatorio Sendero de Sueños: La gran familia en Navidad