Redacción. Reproducimos a continuación el excelente artículo escrito por nuestro admirado Víctor García Rayo para El Correo de Andalucía, en el que nos habla de ese concepto tan nuestro que conocemos como bulla, esa bulla que inunda las calles de nuestros pueblos y ciudades en estas fechas en una suerte de ensayo para lo que sucederá en poco más de noventa días. No dejen de leerlo.
En mi ciudad las cosas importantes suceden siempre en la calle. Sevilla es la ciudad del mundo en la que más se parece el sueño a la realidad. En nuestro suelo la penitencia es hermosa, la muerte es buena y el dolor es Esperanza.
En mi ciudad las cosas importantes suceden siempre en la calle. Sevilla es la ciudad del mundo en la que más se parece el sueño a la realidad. En nuestro suelo la penitencia es hermosa, la muerte es buena y el dolor es Esperanza.
Lo pensé cuando vi sortear a mi hijo la cola de las decenas de sevillanos y de curiosos que se asomaban al mostrador de las casetas de la Feria del Belén, junto al Archivo de Indias. Con una habilidad natural, como innata, se acercaba a las tiendas efímeras que colocan delante de nuestros ojos miles de posibilidades en un universo de auténticas ciudades de Belén en miniatura con tantos detalles que uno se queda prendado y siente el impulso de querer comprarlo absolutamente todo. El pequeño de mis hijos esquivaba adultos y carros con sorprendente agilidad, regateaba situaciones y no se afligía en los momentos de duda y presión. Andaba en la bulla como pez en el agua. Y era bulla maciza, seria, como de… claro, de Semana Santa. ¿Lo llevará dentro? Si yo no le expliqué jamás cómo moverse en esta situación, ¿de dónde le vienen estos gestos, esta forma de moverse en las apreturas?
En mi ciudad las cosas importantes suceden siempre en la calle. Por eso aquello que es grande de verdad cuenta con innumerables testigos y siempre tiene lugar a la vista de miles de ojos, de miradas. En Sevilla el tiempo no logra arrancar del recuerdo las cosas, más bien hace crecer a la espera, nutre de ilusión el aguardo, le pone agitación a los latidos y alimenta los sueños de forma que la vida puede llegar a ser una especie de sin vivir. Sevilla es la ciudad del mundo en la que más se parece el sueño a la realidad. Por eso estamos en la ciudad de la Esperanza. Porque sabemos lo que viene. Y lo que viene es grande, demasiado grande.
Estos días sentimos la bulla, alimentamos la bulla. Aprendemos a navegar en el océano humano de la cola y el apretón, de los empujones y los atascos en esos cruces de calles pequeñas, hechas para que se enmarquen los pasos de palio y se acerque la piedra a la seda hasta besarla. Los días de Navidad en mi ciudad son jornadas de preparación y de certeza. De preparación porque vivimos con intensidad el nacimiento del Niño. Y creemos en Él. De certeza porque sabemos que el Niño se hará hombre y será crucificado. Y ahí está la clave. Sabemos que vivirá una dolorosa pasión y una muerte cruel. Y ese ciclo vital –la semana de Caro Romero– es representado en Sevilla con el mayor de los aciertos estéticos, éticos y sentimentales del universo. En nuestro suelo la penitencia es hermosa, la muerte es buena y el dolor es Esperanza. Y nuestros niños aprenden a moverse en las calles desde temprana edad, como si llevaran en el torrente de la sangre la facilidad para no sufrir ante las pequeñas avalanchas de personas, carritos, abrigos, bolsas, tambores, parejas, uniformes y prisas por cumplir promesas en las esquinas de la ciudad más hermosa del mundo.
Hoy le miro comprar figuritas que realmente no nos hacen falta pero sí nos hacen ilusión. Estamos aumentando la ganadería de ovejas y comprando más frutas –cada vez son más parecidas a la realidad– para los cestos de la tienda. Y mi hijo se sigue moviendo en este entorno con asombrosa naturalidad, esquivando colas y sabiendo parar y arrancar de nuevo, pidiendo perdón y aguardando turno. Sin agobiarse. Con la mirada siempre arriba buscando ese equilibrio natural de los ojos de los niños sevillanos, que viene a ser la altura de la cruz, la misma que la de una caída de palio.
Esta tarde he pensado al mirarlo que todo tiene sentido en mi ciudad, que si miramos tanto las figuras de los belenes es en el fondo porque estamos fabricando en el subconsciente nuestra Semana Santa. Es una forma de rendirle culto a la espera otra vez. Por eso mi hijo tiene un soldado romano entre las manos cada vez que lo miro, por eso los Reyes llegan a Belén en rigurosa fila guardando la distancia y con la mirada siempre al frente. Por eso ponemos un puente y ponemos un arco. Por eso hay una Estrella que nos guía.
Hoy he vuelto a comprobar que en Navidad mis hijos repiten los impulsos de la Cuaresma. Estos días salimos a la calle a buscar en nuestras calles la luz que explica nuestros caminos, los olores que nos acercan a la gloria, las sonrisas y las obras buenas que hacen de los ciudadanos un colectivo hermoso, como una gran hermandad. Hoy he visto a mi familia mirar el reloj y buscar las esquinas, meterse en las bullas y guardar el sitio, mirar arriba y tener respeto, sentir, compartir y emocionarse. Y he sentido que todo era un ensayo, un gran ensayo que a mi hijo ya no le hace falta. Porque lo lleva en la sangre. Yo me entiendo.
Recordatorio La Firma Invitada: La rama del tronco