Blas Jesús Muñoz. Algo parecido rezaba el otro día en una pancarta de dos aficionados en las inmediaciones de la ciudad deportiva del Real Madrid. Dos personas, uno de seguridad y el cámara se ve que bastan para que una noticia esté tres días dando vueltas por la sección de deportes de algún informativo. Y eso mismo hace falta -o debería- para hacernos caer en la cuenta del estofado en que nos hallamos inmersos.
Un estofado de patatas con carne revenida y con ranúnculos llenos de puntos negros y un caldo que es una amalgama minusvalorada de despropósitos. Primero, porque la noticia viene de la celebración de una fiesta tras una derrota, prueba de un oportunismo torticero por parte de los mismos que, hasta hace tres semanas hablaban del mejor equipo de la historia. Y, segundo, porque con la que aun sigue cayendo (por más que nos quieran hacer ver lo blanco negro) lo importante, lo relevante, lo trascendente para el personal es el resultado de un partido de fútbol.
Lo primero no es sino una prueba más de nivel. Del estatus de quienes nos cuentan la "realidad" que, como en cofradías, se trata de una realidad interesada que oculta cuanto de verdad interesa. Como en cofradías que se ensalza a los amigos, se aniquila a los enemigos, se lanzan campañas en favor de bandas, por ejemplo, y se borra del mapa a otras. O, los mismos que ayer se vanagloriaban de ser tus amigos y tú -tontorrón- vas y te lo crees, y como amigo le dices una verdad o actúas en consecuencia y luego ni te miran a la cara.
Sin embargo, no es sorprendente, ni nuevo bajo el sol, cuando cada día coges la prensa -por aquí y por allá- y a cada artículo convenido en el que su autor busca darse el lustre que, por ejemplo, el pregonero de este año ni tiene ni tendrá en su vida, haga de una noticia mezquina un pastiche de propaganda de entreguerras.
Tampoco es nueva la preocupación malsana de muchos por preocuparse de cosas insignificantes. Como en cofradías y como en Córdoba, lo importante es que unos tipos se fueron de fiesta (lo mismo es envidia por no haber estado ellos allí). Lo importante es que mientras la sociedad agoniza, como en Roma, el circo se convierte en el eje estructurado de la vida, mientras los gladiadores modernos no hacen sino alimentarlo con sus peinados publicitarios, sus caras blanqueadas o sus poses inalcanzables (¿les suena a ardor de cierto sector costalero?).
Su risa y su cartel son nuestra vergüenza por haber construido un mundo así. Menos mal que, en una capillita, a la luz de la cera, todo queda fuera y durante unos minutos el mundo cambia el sentido de su giro perpetuo.