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domingo, 21 de febrero de 2016

Donde nace el Azahar: Luz de los días


Blas J. Muñoz.  La imagen lo había atrapado y los sonidos de aquella madrugada de Cuaresma eran parte de otro universo paralelo al que nuestro protagonista era ajeno. Sin embargo, el amanecer volvió a sorprenderlo despierto, cansado pero más lúcido tras la noche de sombras y escarcha en la ventana de su alma abierta al recuerdo de otros Jueves que fueron y solo los recuperaban las imágenes contenidas y la imaginación ávida.

Un rayo de sol se coló a través de la capa de frío que asolaba la ventana y una especie de brisa tibia, reconfortante, lo impulsó a levantarse y dirigir sus pasos al vano y abrirlo de par en par. El aire de la calle era gélido y, sin embargo, la luz nuclear del sol proyectado en las fachadas le hizo recordar otros Jueves Santo, a primera hora de la tarde.

Recordó a otro viejo amigo y supo que, en lo que le aguardaba, este año iba a ser especial. tanto como camina un solitario nazareno en pos de la Catedral, alumbrando a su Señor. Tanto como el anonimato perseguido, sin distinción que lo desmienta. Tanto como la soledad de la tarde, que brilla más que la luz de los días en el exterior de la túnica y cobra potencia en el interior del alma misma.

Aguantó el rostro al exterior de la calle. No sentía frío, sino una especie de alegría intensa, de Cuaresma renovada, de otras ganas inaprendidas. En el horizonte de sus recuerdos se dibujaron las tardes en Poniente y el Señor de la Fe parecía reinar como nunca jamás dejó de hacerlo.


Foto Álvaro Córdoba



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