A pesar de que el primer artículo de la cuaresma suelo dedicarlo a esos
cuarenta días y cuarenta noches en que la espera de todo un año comienza a ver
la luz, este año, aunque pueda parecer que es igual, todo es diferente. Me gustaría hablarle de nuevas ilusiones, del azahar, de cómo las calles que parecen vacías se llenarán de vida en unas semanas... Pero este año no me sale.
El anuncio de que la Hermandad del Perdón no realizaría estación de
penitencia el próximo Jueves Santo –como ya se contó en este blog-, ha
trastocado todos los planes, incluso el ánimo, del que les habla. Quien
pretenda buscar en este artículo algún reproche o alguna polémica, puede apagar
tranquilamente la pantalla del ordenador o bloquear el móvil, pues no la
encontrará por mucho que rebusque. Pero pasar de puntillas por el asunto sería
ejercer de una hipocresía de la que huyo constantemente. Precisamente por ello
lo primero que he de decir es que no pertenezco a la nómina de hermanos de la
corporación de San Pedro, por lo que no soy capaz de sentirme a la misma altura
que aquellos que sí lo son y llevan a su Cofradía en el corazón desde hace
años. Lo que sí es cierto es que tuve mi primer contacto con las cofradías en
aquella Parroquia de mi barrio de niño, donde hice mi Primera Comunión y los
consiguientes dos años de Catequesis previa.
Ello implicó que viera a Nuestro Padre Jesús del Perdón y a María
Santísima de la Salud a ras de tierra, siendo las primeras imágenes con la que
aquel niño de nueve años cruzaba las miradas de tú a tú, puesto que se
encontraban y se encuentran en una de las naves laterales del templo,
concretamente a mano izquierda resguardados tras un arco. Sin duda fue un
impacto para mí, y a pesar de que una vez terminada la Primera Comunión, y por
otras circunstancias de la vida, dejara de visitar asiduamente la Parroquia de
San Pedro, guardo un cariño especial hacia aquel lugar y lo que encierra. Aunque
mi Cristo y mi Virgen posean una advocación distinta, y todo el mundo sepa
dónde radica mi pasión, no es menos cierto que un trocito de mi corazón se
quedó entre los muros de San Pedro, con su gente sencilla y amable. Más aún cuando con el paso de los años,
allí me han continuado recibiendo como si fuera uno más de aquellos que durante
todo un año daban lo mejor de sí para poder salir a la calle. Toda palabra que
pueda decir sobre esas personas que me han brindado
un cariño que, seguramente, no merezco, se me antoja insuficiente. Es por todo ello
que desde aquel entonces no falta ni mi visita y ni mis flores a los Sagrados
Titulares cada víspera de Jueves Santo desde que tengo uso de razón.
Este año, si Dios me lo permite, no será menos. Puede que el Perdón no se
encuentre en esta ocasión presidiendo, rodilla en tierra, su imponente paso de
misterio, ni que esté acompañado por la Verónica ni por el Cirineo. Puede que
esta vez la Salud no sea la flor más bella del vergel que con tanto cariño
siempre le han preparado, ni que el blanco de su palio contraste con lo negro
de la noche por el centro durante el Jueves Santo linense. Tampoco las
tranquilas calles del barrio de San Pedro se convertirán en el hervidero en que
se tornan sus aceras a la salida de la Cofradía. No habrá saetas, platillos ni
cornetas para los reyes de San Pedro. Quizá tampoco haya mareas de capirotes
morados, ni las gentes de un barrio que ha sido y es ejemplo de lo que
significa volcarse con la Hermandad de sus amores, tras sus antifaces. Nos
quedaremos sin ver costaleros ni costaleras paseando la fe de ancianos e
infantes durante las siete horas que dura la estación de penitencia.
Pero de lo que no me cabe ningún atisbo de duda es de que, como decía la
canción de Los Beatles, “nunca caminaréis solos”, aunque no caminéis. Aunque no
hagan falta costales ni fajas, allí estarán vuestras cuadrillas. Aunque no sean
necesarios capirotes, varas ni insignias, no faltarán todos los hermanos de la
corporación cuando la estación de penitencia se realice en el interior del
templo. Todos: los que estuvieron, los que están, y los que estarán. Aunque
Dios no caiga tres veces el Jueves Santo ni María deleite a todo el pueblo con
su dulce semblante, no por ello dejarán de la mano a las buenas gentes de su
barrio, ni viceversa. Y, por supuesto, si las circunstancias y Dios me lo
permiten, no faltarán las humildes flores del que les habla a vuestras plantas,
símbolo de la gratitud y el cariño de aquel niño que se acercaba a las mismas una y otra
vez en aquellos felices años.
Como ya dije en otra ocasión, la Hermandad de San Pedro ha sido durante
muchos años ejemplo de cómo hacer las cosas para el resto de cofradías de la
ciudad. No me cabe duda de que, antes o después, todo volverá a su cauce. Más
que nada porque quienes vertebran una Cofradía son sus sagrados titulares, que
permanecen inmutables por encima de todo lo que tiene que ver con el hombre,
con los cofrades. Quienes, por cierto, estamos –me incluyo por supuesto- de
paso por las Hermandades. Será una Semana Santa muy triste para el mundo
cofrade de la ciudad, especialmente para el que torpemente ha tratado de
narrarle los por qués del cariño que siente hacia la Cofradía de San Pedro.
La Línea tendrá que volver a esperar al Perdón y la Salud otro año más. Y
los que hagan falta. Recuerden que Ellos nunca caminarán solos, aunque no caminen...
José Barea