No hay más que pasearse
por las redes sociales durante esta semana de fiesta en la ciudad de San
Rafael para extraer conclusiones dramáticas sobre nuestra realidad
actual, de esas que tanto molestan a los cordobitas
cuando alguien las menciona y que son motivo más que suficiente para
que te acusen de atacar tus cosas o peor aún, de gustarte Sevilla que es
el peor insulto que a juicio de algunos, se puede recibir en esta
bendita ciudad.
La ciudad se nos muere
irremisiblemente. El enfermo se nos va de las manos y nadie parece querer o saber hacer nada para evitarlo. Nuestros conciudadanos
continúan viviendo de espaldas a la realidad que sólo
parece doler a la reducida masa crítica que aún permanece con un hálito
de vida en estas calles que abandonaron cualquier atisbo de reacción
hace décadas y que se encaminan al abismo de la desolación a caballo de
su miserable autocomplacencia paleta, orgullosa
de romerías despojadas de cualquier reminiscencia religiosa con sonidos
castellanos, sabor a perol pasado y vino malo, que ni eso hemos podido
conservar del árbol marchito de nuestras tradiciones, de unas cruces
condenadas a su autodestrucción por acción de
unos y omisión de otros, unas peñas que reducen su oferta cultural
(salvo honrosas excepciones) a campeonatos de
"dómino" y una feria que agoniza cada año por culpa de un modelo
caduco que fascina a los mismos que abominan de cualquier cosa que no haya surgido
de la paleta de un Julio Romero que a buen seguro hubiese huido de
nuestras calles si fuese coetáneo de nuestra
actual idiosincrasia.
Las fiestas de Córdoba
son el reflejo de la ciudad que tenemos y ésta de sus ciudadanos, ese es
nuestro auténtico drama, porque Córdoba tiene una feria muerta, con
cada vez menos trajes de flamenca y menos caballos,
donde las casetas tradicionales brillan por su ausencia y están
condenadas a su desaparición, donde el botellón es una evidencia que
solamente un ciego sería capaz de negar, con una feria taurina que se
encamina irremisiblemente a su inexistencia por la incapacidad
manifiesta de sus responsables de detectar que es necesario sacarla de
la última semana de Mayo para que exista una pequeña esperanza de
supervivencia, y mientras tanto, el cordobita medio, o al menos el que
aún no la ha abandonado para siempre, continua orgulloso
de este modelo absurdo que ha convertido las 150 casetas del primer año
del Arenal en las 107 actuales (incluyendo las de los partidos políticos y otras "oficiales") y en caída libre, porque lo importante es
tener una feria en la que cualquiera pueda entrar en cualquier caseta
evitando la privacidad a toda costa, sin importar
que cada vez haya menos gente que quiera entrar en ninguna.
Y ante toda esta
secuencia de evidencias, las redes sociales se preñan de mensajes en las
que cordobitas rancios, inmersos en su infinito complejo de
inferioridad, destacan la hermosura de su feria (me niego a
llamarla mía), pretendiendo menospreciar a las de las ciudades de
nuestro entorno, Sevilla, Granada o Málaga, y lo que es peor, sin
conseguirlo. Sólo los que se consideran inferiores pregonan sus virtudes
atacando las de los demás y tapan sus defectos destacando
los de otros. La ciudad que yo quiero es una ciudad con una voluntad
crítica suficiente como para reconocer los errores para encontrar
soluciones y crecer y para alcanzar la grandeza que Córdoba merece. Tal
vez por eso, cuando llega Mayo cada vez me siento
más como un marciano…
Guillermo Rodríguez