Redacción. Se ha convertido en una tradición inexcusable para los cofrades cordobeses acudir a la llamada de la Reina de los Ángeles cuando Ella decide pisar las piedras de Capuchinos cada primavera, entre el fervor de sus hermanos y un pueblo anhelante de marchas e incienso.
A eso de las ocho y media de la tarde se abrieron las puertas del convento franciscano para que el cortejo de la Hermandad del Císter comenzase a inundar las calles del Barrio de Capuchinos de ese sabor inconfundible que se halla ligado de manera inseparable a la hermandad que viera la luz en el inolvidable convento cisterciense de la Plaza del Cardenal Toledo, adonde muchos acudimos a rezar a la bellísima imagen que tallase Antonio Eslava Rubio a mediados de los setenta, mucho antes de que la corporación tuviese la feliz idea de que ocupase el lugar que le corresponde actualmente en el calendario de Glorias de la ciudad de San Rafael, un calendario que paulatinamente y gracias al ingente esfuerzo de unos pocos comienza a tener la categoría que merece una ciudad con la tradición cofrade que se le presupone a Córdoba.
Es una delicia ver avanzar a la Reina de los Ángeles al compás perfectamente escogido por la excelente Banda de Música de María Santísima de la Esperanza, un lujo al alcance de muy pocos que gozamos en esta ingrata ciudad de Córdoba alrededor del cual subyace continuamente la extraña sensación de que no terminan de recibir el justo reconocimiento que por calidad y repertorio sin lugar a dudas merecen. Una formación que tiene la categoría precisa para sonar en cualquier rincón del universo cofrade y con la que no nos llenamos la boca al mencionarla los cainitas cofrades cordobeses con la intensidad que sería deseable.
La Virgen desplegó la dulzura innata que destila por las calles capuchinas Bailío y Carbonell y Morand para llegar a la plaza del Cardenal Toledo, donde se encuentra la casa que un día fue su añorado hogar, momento en el que los cofrades de cierta edad dejamos volar nuestra atesorada añoranza y tal vez alguna lágrima indisimulada. Tras este momento especialmente significativo, se dirigió hacia San Zoilo por Conde de Torres Cabrera retornando a su templo por Chirinos, y las calles Osario y Burell recorriendo un itinerario con un inconfundible aroma cofrade, para convertir definitivamente una tarde cualquiera del intenso mayo cordobés en una espectacular tarde cofrade rebosante de auténtica esencia de hermandad.
Recordatorio Otras bandas que se escindieron de su hermandad