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sábado, 14 de mayo de 2016

Enfoque: Algo pasa en un rinconcito del mundo


Blas J. Muñoz. Nunca he estado allí cuando la romería confluye ante Ella o cuando la procesión celebra Pentecostés con la mirada atenta -posiblemente, emocionada por tantas cosas que el creyente deposita en su devoción con solo sentirla-, a la Madre de Dios. Nunca he visto ese palio pequeñito -que tanto me recuerda a uno de Sevilla que me admiró para siempre- que cobija a una Imagen cuyo tamaño material se contrapone al devocional.


Esa Virgen, la del Rocío, la que porta al Pastorcillo Divino es, junto con otra solo, la que más devoción despierta en el mundo y posee la grandeza de estar en una pequeña Aldea, donde el Océano la observa y se rinde ante Ella. Debe ser mucho más que una simple Romería porque los siglos la contemplan y, más allá del folklore que se le quiera atribuir y que probablemente exista, casi un millón de personas en un rinconcito del mundo atestiguan que la Blanca Paloma es diferente.

Tras una semana de condiciones meteorológicas muy adversas, el sol lucía en para blanquear la su Ermita como en cualquier rincón de una Andalucía que siempre se miró, entre la sencillez y la alegría, para afrontar sus penas confiada en Dios y su Bendita Madre. Los peregrinos llegaban y, desde Villamanrique al Palio de las Arenas, cada uno de los vítores, de las miradas, de los aplausos y salves venían a mostrarme algo que hasta hoy no supe.

Ella sabe que le debo algo y, sin esperarlo, en estos dos años me ha enseñado que más allá del estereotipo, la historia se cierne en torno a Ella para seguir escribiendo capítulos cada Pentecostés. Siempre habrá quien no lo entienda, yo apenas soy menos que un neófito. Como siempre habrá quien no quiera entenderlo. Viendo a los peregrinos llegar ante Ella, sencillamente, he podido sentir que hay algo más allá de lo que nunca supe.








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