Esther Mª Ojeda. Durante las últimas semanas estamos siendo testigos de cómo las hermandades de distintas ciudades se afanan por hacernos cómplices de las últimas novedades, ya sea con próximas salidas procesionales, reuniones sobre temas de rabiosa actualidad, elecciones, puesta en marcha de proyectos y compromisos asumidos o ampliaciones patrimoniales, posiblemente, entre muchos otros titulares.
Con tantos datos, procedimientos y gestiones no es de extrañar que en ocasiones podamos pasar por alto que todo ello se lleva a término por lo más importante que posee una corporación, que son sin duda alguna sus sagrados titulares.
En referencia a ellos y haciendo un alto en la tónica seguida en los últimos días, la sevillana Hermandad de la Redención ha hecho pública toda una secuencia de fotografías en las que María Santísima del Rocío se nos muestra ataviada para el período estival por su vestidor José Aguilar.
En ellas podemos ver a la bellísima dolorosa de Antonio Castillo Lastrucci con una saya de damasco en tono marfil bordada en oro por el bordador Francisco Carrera Iglesias, más conocido como “Paquili”. Entre su elegante ajuar cabe destacar el manto beige de seda que se confeccionó gracias a la donación del vestido de novia que en su día llevase la Duquesa de Arcos, Ángela de Solís Beaumont (también hija de la ya fallecida Doña Ángela María Tellez-Girón, Duquesa de Osuna).
Su indumentaria queda completada con una cinturilla realizada a partir de una estola del siglo XIX, – de igual antigüedad que el tocado de encaje francés confeccionado con hilo de oro – también bordada y en tejido de seda así como con un camafeo de plata sobredorada con esmalte en el que llama la atención la imagen impecable de una hermosísima Inmaculada.
A todo lo anterior se suma, como colofón, el pañuelo y el rosario que penden de sus manos. El primero está realizado con encajes de Brujas y remata la escena el precioso rosario de nácar con flor de lis procedente de la década de los años 20 y que pone el punto final a una armonía de color que no hace sino resaltar la incuestionable belleza de la titular de la cofradía a lo que solo cabría añadir que, donde haya una imagen, sobran siempre las palabras