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lunes, 26 de septiembre de 2016

Enfoque: Antonio Santiago, entre el deber y la añoranza


Guillermo Rodríguez. Resulta imposible para un ser humano borrar de un plumazo casi cuarenta años de vida. Ser capaz de abstraerse de tal modo que el sentimiento no aflore a flor de piel cuando el devenir implacable de los acontecimientos obliga a la lejanía y la ausencia. Ni resulta sencillo sobreponerse al dolor y la añoranza para habitar el lugar que se debe, donde se debe y cuando se debe. Por eso hay personas cuyo devenir les sitúa un escalón por encima del común de los mortales, cuando su alma se debate entre el deber y la añoranza. Soy plenamente consciente de que esta afirmación contraviene la premisa generalmente aceptada de que todos somos iguales pero, ¿acaso es cierta?.

El pasado sábado hubo un protagonista que atiende al nombre de Antonio Santiago que, con total certeza muy a su pesar, concitó las miradas de miles de cofrades y no cofrades que, entre la curiosidad y la mala baba, no perdieron detalle de su comportamiento, cirio en mano, integrando el cortejo de María Santísima de la Paz rumbo a la materialización del sueño de toda una generación de cofrades del Porvenir. Cofrades entre los que se encuentra, ¿qué duda cabe?, un hombre cuya vida ha estado ligada de manera indisoluble a la dulcísima dolorosa que tallase Antonio Illanes hace tres cuartos de siglo y que vive estos días sus días más trascendentes.

Mientras la Sevilla Cofrade se debatía entre la belleza de la Paz, el bombazo del presunto rechazo al Pregón de Charo Padilla y el movimiento del que Ernesto Sanguino dotó al primer palio de cada Domingo de Ramos camino de la historia, probablemente el pensamiento de Santiago estuvo abstraído en todo momento de cualquier cuestión ajena a su sentimiento, a su añoranza… a casi cuarenta años a solas o de la mano de su padre, siendo timonel de la nave de la bella rosa blanca del Porvenir. Una melancolía que probablemente le hizo sumirse en una multiplicidad de recuerdos a orillas de su memoria que le hicieron retrotraerse a miles de instantes en los que soñó que él sería quien llevase a su Madre hacia las puertas del Cielo.

Porque más allá de apreciaciones subjetivas, de hipotéticos errores, de presumibles excesos y de facturas cobradas, Santiago estuvo donde debía y cuando debía. Siendo una gota más en el caudal casi infinito de devoción que acompañó a la Reina del Porvenir hasta la orilla de la historia, la misma que a veces niega cruelmente el lugar que corresponde a quienes han colaborado a crearla. Nadie podrá negarle a Antonio Santiago su coherencia, su honradez, y esa cualidad tan poco usual en los tiempos que corren que permite a los hombres vestirse por los pies. Como nadie podrá negarle el recuerdo, el amor verdadero a la Virgen de la Paz… y sentir que, de un modo u otro, él también forma parte de que este maravilloso sueño se haya convertido en realidad.

Foto J. Serrato



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