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miércoles, 18 de enero de 2017

De trama simple: La última chicota


Llego el frío enero, tiempo de igualas y de ensayos, momentos donde el silencio de la noche o de las primeras horas de las mañanas de algún fin de semana, tan sólo es roto por el murmullo de un grupo de hombres o mujeres atentos al sonido seco del llamador.

En casa, recibes noticias de tus compañeros de faena, ellos igual que tú, este año tienen un sentimiento especial. Sin saber por qué, te diriges hacia esa pequeña capilla donde siempre están nuestros avíos, donde como los buenos toreros guardas tus ropas, fotos, estampas y recuerdos. Al abrir el cajón, el olor se vuelve incienso, y sin mucho rebuscar se te queda al descubierto, tu costal, morcilla y faja, que parecen casi nuevos. La arpillera está impoluta, planchado y doblado el resto, con olor a suavizante y regusto a madera e incienso. Allí tu ropa está, envuelta en sentimiento, la que te hizo alcanzar el sueño de cuando eras pequeño. Ese en el que tu espalda dejaba al descubierto, esa vertebra sagrada cargada de devoción y esfuerzo.

Fuiste costalero de Fe, de esos que rezan “pa” dentro. El corazón te palpita y al rozar su tacto seco, a tu cabeza se vienen tantos y tantos recuerdos; las voces de los que mandan, ¡amigos para poner un puesto!, calles frías en la noche que ponen los cuerpos rectos, ensayos de chicotas eternas que te hacen rozar el suelo, piedras de capuchinos que te hacen sentir el cielo, el medio de vino en el pisto, entre relevo y relevo, ahora que somos muchos porque antes era un tormento, tardes de faenas inmensas, de costal y sentimiento, otras de duro trabajo, que te marcaron bien dentro.

Parece que fue ayer, pero hace ya más tiempo, cuando no había costales que supieran casi de esto y aun así su caminar siempre perfecto y excelso. Tus recuerdos te estremecen, te hacen llorar hacia dentro, recuerdas entre el zozobro, los nervios que padecemos antes del justo momento, de portar a nuestra virgen para que le rece el pueblo. Piensas en esa mecía, tu ultima allí dentro, cuando sobre tus frías rodillas caía todo su peso, sobre tus piernas cansadas con tu costal ya cediendo, y con la ilusión bien entera por el trabajo que has hecho entrabas en esa nave oscura y fría por dentro, y entre tus dientes susurras tus últimas palabras de aliento para los que fueron hermanos de alegrías y tormentos. Ves su bendita cara entre bambalinas al viento y sientes clavar su mirada, la que se llevo el viento, dándote las gracias por los años de tu esfuerzo.

Tus ojos se te enrojecen y la pena crece en ti, pues los años que estuviste sólo quedan para ti. Las lágrimas que aparecen, no dejan ya de fluir y es que eres consciente, ¡tú camino acabó aquí! Tus 50 primaveras pasaron sin marchitar, ni tu cuello, ni tus piernas, ni tu ilusión quizás, pero la norma es bien clara y aquí no hay más que rascar, tan sólo un sentimiento, de tremenda soledad. 

Contigo se va una historia, costalera de verdad, se va un ciclo precioso que no fue perfecto quizás, pero las raíces se quedan y esos brotes volverán, a florecer en primavera para esa azucena portar. Aprendisteis el oficio, a base de machacar, dejasteis las normas escritas, chicota tras chicota, pusisteis el listón muy alto, para los que vienen detrás.

¡Se marchan tus ángeles reina!, los que te quisieron más, los que marcaron historia desde su anónima humildad, los que quieren con dulzura, a su virgen de la Paz y seguirán queriéndola siempre, y por toda la eternidad.

Dedicado a Gaby, R Vega, Moya, Herruzo, Juan Manuel, Maldonado, y a todos los costaleros que por cualquier motivo se han tenido que jubilar o dejar por algún motivo su devoción.


Manuel Orozco



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