Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que
se dolían y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas, dijo: «Hijas de
Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros
hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las
entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Lc 23 27-29
Entonces la vi, en aquella esquina… con su belleza
impresionante de mujer luchadora que perdura pese a que su alma esté ajada por
el devenir del sufrimiento… con su mirada perdida en el océano del dolor
incomprensible de quien le están arrancando a jirones la carne de su carne… Las
lágrimas inundan la noche de su mirada mientras siete puñales se clavan en su
corazón marchitado. Y cuanto te aproximas a Ella, racheando tus sandalias, se
cruza tu mirada con la suya… ni una palabra… no es necesario… cómo expresar con
vocabulario humano el dolor inhumano que golpea las entrañas con el mayor de
los horrores… sus pupilas en las tuyas… y su llanto de madre rociando la
ribera de nuestros sentimientos de amargura y de lamento… de tragedia
inconcebible…
Tu
Madre espera en la esquina,
¡cuánto
dolor en su gesto!
Quién
pudiera imaginar
la
Amargura de una Madre
viendo
a un hijo agonizar,
derramando
cada gota de su sangre
en
su triste caminar.
El
llanto embarga su sentido,
buscando
en el Cielo un motivo
para
la injusta condena...
¿por qué quien dicta el Destino
no ahoga mi Angustia y mi Pena?
Derrumbada
en su Agonía,
naufragando
en la bahía
del
Dolor y del tormento...
no
hay refugio pa’ María
que
proteja de los vientos.
Guillermo Rodríguez