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jueves, 29 de agosto de 2013

Los Años Irreparables. Crónica de las Semanas Santas perdidas en la historia.

Misterio de la Amargura, única Hermandad en salir en 1830 / ABC DE SEVILLA
Misterio de la Amargura, única Hermandad en salir en 1830

Fueron muchos los que sintieron la sensación de vacío de la última Semana Santa. Fue sólo una sensación. Desde el siglo XVII hasta el siglo XX fueron varios los años en blanco. La lluvia no fue siempre la culpable. Así fueron los años sin cofradías.

La regularidad actual de la nómina de las cofradías es un hecho relativamente reciente, posterior a la Guerra Civil española. En siglos pasados era frecuente la ausencia de hermandades, fundamentalmente por motivaciones económicas, aunque la Semana Santa, como buen reflejo de la historia de la ciudad, se vio marcada en numerosas ocasiones por diversos condicionantes políticos y sociales que motivaron la existencia de años sin cofradías.


Epidemia de peste en 1649 / ABC DE SEVILLA
Epidemia de peste en 1649


El año negro

En los anales más negros de la historia de la ciudad figura 1649 como “El año más trágico que ha tenido Sevilla desde su fundación”. Así de tajante se mostraba el analista Ortiz de Zúñiga al referirse a la epidemia de peste que, desde el mes de marzo, convirtió la ciudad en un inmenso hospital y en un gran cementerio. En abril se fue enfureciendo “en tabardillos violentos, landres, carbuncios, bubones y otras especies complicadas de accidentes mortíferos de grandísima vehemencia, executivos a la muerte, principalmente en Triana y sus arrabales, llegando a quinientos los muertos por día…”. Se iniciaba así la mayor epidemia conocida en la ciudad, con consecuencias terribles en su demografía, su economía y en la creación de una mentalidad plenamente barroca ante la fugacidad de la vida. La ciudad se llenó de “carneros” o fosas comunes abiertas de prisa y corriendo donde se enterraron a miles de personas. Así ocurrió en el Prado, en los Humeros, o en la Macarena, dantesca escena recogida en un cuadro anónimo que se conserva en el hospital del Pozo Santo.


La mentalidad popular acogió la terrible epidemia como un castigo divino, organizándose procesiones de rogativas para pedir la intercesión divina, una clara contradicción con la agrupación de grandes masas proclives al contagio de la enfermedad.


Entre estas procesiones se puede citar la de la Virgen de los Reyes a finales de junio, alrededor de la Catedral, con la asistencia del cabildo civil y del Cabildo Eclesiástico, así como la de la Virgen de la Hiniesta y la del Santo Crucifijo de San Agustín, que salió en procesión el 2 de julio. La mejora progresiva hasta el definitivo cese de la mortalidad se constató con el nombramiento de la Virgen de la Hiniesta como patrona del cabildo civil de la ciudad, dedicándole desde entonces una función de acción de gracias, que también se celebra el día 2 de julio, en la parroquia de San Roque, al Cristo de San Agustín.


La crisis alcanzó de lleno a las cofradías. La ciudad, que perdió 50.000 habitantes, algunos tan ilustres como Montañés, vio cómo algunas de sus hermandades quedaban prácticamente sin hermanos, entrando otras en una decadencia económica que las condujo, en poco tiempo, a su extinción.


La piedad popular perdió el carácter festivo de la época posterior a la polémica concepcionista, entrando en una fase de miedos cotidianos, de temores, y meditaciones ante la muerte, como en un cuadro de Valdés Leal o en la alegoría del Santo Entierro. En cierto modo, la ciudad se convirtió en un gran lienzo de vanitas en el que también estuvieron presentes las cofradías. Año terrible que no tuvo ninguna cofradía en la calle aunque el motivo no fuera la gran epidemia: constantes lluvias lo impidieron.




La crisis de la Ilustración

Los anales del siglo XVIII hablan de una etapa de crisis pronunciada en la segunda mitad de la centuria, aunque no conste la existencia de un año sin cofradías. Las difíciles relaciones entre la Ilustración y las hermandades, y el eterno intento de control por parte de las autoridades motivaron una difícil situación que se tradujo en la salida de una sola cofradía en 1795, y de sólo dos en 1787 y 1796. En este segundo año confluyeron dos causas: las pocas cofradías presentes en el cabildo de toma de horas (cuatro) y las periódicas inundaciones que asolaron la ciudad. Pero el verdadero siglo con semanas en blanco estaba por llegar. El siglo XIX conoció hasta siete años en los que no procesionó cofradía alguna, años que reflejan las dificultades por las que pasó la ciudad. Sólo tres cofradías salieron en 1810 y dos en 1811, los primeros años de la invasión francesa. En el primero de ellos se vivió el esperpéntico episodio en el que José I, el rey intruso, quiso conocer las procesiones sevillanas solicitando incluso que transcurrieran por un palco especial erigido para su uso particular. 


Sólo tres cofradías, Gran Poder, Prendimiento y Carretería, hicieron estación de penitencia aquel año, quedando vacío el palco que se había instalado para el invasor francés junto a la Puerta de San Miguel de la Catedral. Los meses finales de la ocupación francesa en Sevilla, con el mariscal Soult ocupado en su tarea de rapiña del patrimonio sevillano, motivaron que en 1812 no saliera cofradía alguna a la calle. Las únicas bandas que los sevillanos pudieron escuchar aquellos días en la calle fueron las agrupaciones militares que amenizaron el paseo del río, una actuación acompañada del reparto de monedas acuñadas con la efigie de José I en los días posteriores a su onomástica de marzo.


El Señor de las Penas de la Estrella por el puente de Triana / ABC DE SEVILLA
El Señor de las Penas de la Estrella por el puente de Triana


El siglo XIX


Uno de los periodos más graves de la historia de la Semana Santa contemporánea estaba por llegar. Tras el restablecimiento de Fernando VII y la imposición del Absolutismo, la situación política el país dio un giro con la insurrección liberal de las tropas de Riego en 1820 pidiendo el regreso al sistema liberal aprobado en las Cortes de Cádiz.

Las colonias hispanoamericanas se independizaban, el ejército se levantaba contra el Absolutismo y la Semana Santa iniciaba un periodo negro en el mismo 1820. Así lo relataba el cronista de la ciudad Velázquez y Sánchez: “Llegados los días de la Semana Santa (…) publicó el jefe superior político interino general Moreno y Daoiz, un edicto prohibiendo a las hermandades el uso del traje de nazareno, mandando volver a las cofradías a sus templos y capillas antes de la oraciones, y previniendo a las de madrugada que se abstuviesen de salir antes de romper el día, apoyando estas originales pretensiones en el interés público, en la conservación del orden y en la solicitud por prevenir toda ocasión que directa o indirectamente se prestara a perturbaciones. Publicado el edicto en 20 de marzo, lunes de la Semana Mayor, resolvieron las hermandades que tenían acordada su estación para Miércoles, Jueves y Viernes Santo abstenerse de salir en las extrañas condiciones que la autoridad civil les imponía…”. Se iniciaba así un largo quinquenio sin cofradías, que se negaban a aceptar las imposiciones gubernativas.


No saldrían tampoco al año siguiente, ni en 1822, a pesar de la intercesión del entonces alcalde de la ciudad Félix María Hidalgo. Los sevillanos se tuvieron que conformar en la Semana Santa de aquel año y en la de 1823 con la solemnidad del sermón de la Pasión, que se celebró en la hoy desaparecida parroquia de San Miguel (actual plaza del Duque), organizado por la hermandad del Amor. El regreso al Absolutismo en la persona de Fernando VII tampoco permitió el desbloqueo de la situación en los años siguientes: ni en 1824 ni en 1825 saldría cofradía alguna a la calle, un largo periodo en el que las hermandades no se quisieron plegar a las imposiciones gubernativas e intentos de control por el poder político. La vuelta a la normalidad llegaría en 1826, cuando harían estación de penitencia hasta siete cofradías.


El siglo XIX estuvo a punto de conocer un nuevo año sin cofradías en la etapa final de Fernando VII. La inestabilidad política, traducida en pronunciamientos constantes contra el gobierno, se tradujo en el año 1831 en una nueva disposición prohibitiva. El asistente de la ciudad, José Manuel de Arjona, prohibió el empleo del antifaz de las túnicas nazarenas, medida fuertemente contestada por las cofradías que aquel año decidieron no salir. La excepción fue la hermandad de la Amargura, la única que procesionó aquel año con sus cofrades vestidos del modo permitido, calificado por los cronistas de la época como “traje de serio”. Aunque el siglo todavía depararía años con dos cofradías, como 1837 y 1838, y sólo tres en la I República, habría que esperar al siglo XX para la llegada los últimos años sin cofradías.



La II República

Conocido es el caso del año 1932, en que sólo procesionó la hermandad la Estrella en el primer año de la II República, un periodo estudiado recientemente por Juan Pedro Recio en el que se vivió el último año sin cofradías conocido hasta la fecha: 1933. Ninguna cofradía salió a las calles de Sevilla bajo la justificación de la inestabilidad política y social del momento. El culto externo fue sustituido por solemnes celebraciones internas, altares extraordinarios, besapiés y besamanos, turnos de vela ante el monumento de la Catedral o, incluso, el montaje de pasos como los de la hermandad de los Gitanos, que no llegaron a procesionar. Fue la última Semana Santa sin procesiones de la historia. Un año sin cofradías. El último año irreparable.








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