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viernes, 7 de marzo de 2014

Verde Esperanza: La Cuaresma es la primera chicotá


El paso se eleva tras el desgarrador sonido del llamador. Todo el peso de Dios recae sobre las espaldas de los costaleros. Se hace un instante de completo silencio, y el capataz manda empezar a andar. La cuadrilla comienza a caminar despacio, muy despacio. El racheo de los costaleros sobre el suelo recorre las paredes del templo y el silencio se hace también en la calle. Unos pocos metros separan la cuadrilla del dintel de la gloria.

Así siento yo la cuaresma. La recta final de la espera que comenzamos en cuanto termina la Semana Santa anterior. Un trayecto corto, en comparación con la larga espera de todo un año. En otras ocasiones, he definido la cuaresma como la más bonita de las esperas, un tiempo en el que hay que disfrutar navegando entre ensayos, triduos, exaltaciones, conciertos y pregones. Pero también es un tiempo fuerte, de conversión, de cambiar algo dentro de nosotros que nos acerque a Cristo. No podemos quedarnos en lo estético, en la magnificencia de un altar de cultos o en un espectacular concierto cuaresmal. Hay que ir un paso más allá. Es tiempo de reflexión interior y de convertirnos en mejores cristianos. Es la época en la que aquellos que no se acercan a una Iglesia en todo el año, por el motivo que sea, lo hagan. Y también es la época en la que muchos se contagian de esta bendita locura cofrade. Momento de preparativos, de limpieza de enseres y organización del cortejo, pero también de disponerse interiormente para la Pasión de Cristo.


Igual que los costaleros en el interior del templo, antes de salir a la calle, hemos de disfrutar la cuaresma, saborear cada pequeño detalle que nos brinda y acercarnos a Dios. Pasito a pasito, sin correr, disfrutando del mudo racheo, recreándose en el vaivén de los varales acariciados por los rosarios, respirando el incienso que se cuela entre los faldones…  No hay ninguna prisa, ya que al igual que esta cuadrilla, nosotros tenemos la certeza de que la gloria aguarda a unos pocos metros. Hay que abrazar la más bonita de las esperas con la certidumbre de que esa semana mágica ya la tenemos al alcance de la mano. Una semana en el que unas veces el tiempo vuela y otras el reloj parece detenerse unos eternos instantes. Días de contrastes, entre la algarabía más bulliciosa de un misterio que se mece al son de un solo de corneta y el recogimiento más silencioso de un palio de cajón en su transcurrir por un angosto callejón con la marcha Amarguras.

Igual que los costaleros en ese tan eterno como efímero recorrido hasta la puerta, debemos permanecer en silencio, sin alardes, pero con ese calor tan especial que comenzará a inundar nuestros corazones. Ese que, como por arte de magia, comienza a devolvernos a nuestra infancia más tierna haciéndonos dar un salto de la cama el Domingo de Ramos para asomarnos a contemplar el anhelado cielo azul. Ese calor llamado ilusión. Ilusión que, si bien nace en el alma del cofrade en cuanto la última Hermandad en recogerse cierra sus puertas, en cuaresma entra en ebullición.

Preparemos nuestro corazón para que Jesús y María caminen por nuestras calles. Abrámosles las puertas de nuestro alma para que el Espíritu Santo nos colme de gracia. Piensen que, si no dejamos a Jesús entrar a nuestro corazón, las salidas procesionales perderán gran parte de su sentido. Respiren el aroma de los distintos momentos de nuestra cuaresma, puesto que cada uno será mágico e irrepetible. Rieguen esa pequeña planta llamada ilusión que comienza a florecer, puesto que en estos precisos momentos en el que usted está leyendo estas líneas, estarán comenzando a brotar pequeños pétalos de ella. No dejará de crecer hasta Semana Santa, y será en ese preciso instante en el que esa bella flor deberá ser nuestra ofrenda a nuestros amados titulares. ¿Qué mejor regalo para Ellos que nuestra ilusión en forma de rosas o claveles? Para ello el Señor nos ha designado como jardineros de su divino vergel…

De modo que… Venga de frente con la primera chicotá. Sin correr, saboreando cada momento, dejando que Dios colme nuestro corazón de ilusión cofrade. Feliz cuaresma.

José Barea 










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