El riesgo que se corre al reservar espacios a las cofradías en los medios de comunicación es que, si no se producen noticias relevantes en torno a ellas, irremediablemente surge la necesidad de ir a buscarlas, de originarlas magnificando los acontecimientos hasta alcanzar ese punto justo de polémica que sea capaz de llenar páginas de periódicos y minutos radiofónicos.
Todos los años encontramos ejemplos de noticias que, si las analizáramos fríamente, veríamos que no son tales; chispas convertidas intencionadamente en incendios, polvaredas que no dejan de ser soplos, o puntos de vista diferentes que, de repente y sin sentido alguno, se transforman en agrias polémicas que corren de boca en boca, de culto en culto, pasando por cabildos y ensayos.
El problema es que los cofrades lo sabemos, y asumimos gustosamente el rol de protagonistas en ese juego, donde es mucho más importante el receptor que el emisor. Esperamos la noticia, ansiamos las filtraciones y, cuando éstas llegan a nuestros oídos, las divulgamos con un placer inusitado entre corrillos y redes sociales. Comentamos, criticamos, despreciamos, queriendo especializarnos en todo sin saber de nada. En la sociedad de la comunicación nos hemos esclavizado de tal forma con los medios que los necesitamos tanto como ellos a nosotros.
Una dependencia que se exterioriza en el papel del tercer invitado al baile, el protagonista central de la polémica, que en la mayoría de ocasiones busca la confrontación para posteriormente terminar reprochándole al periodista su mal hacer. Será aquel que al día siguiente busque el calor de la alcachofa, el apoyo mediático de cara a unas elecciones para que su foto salga en la edición de los domingos o, lo que es peor, que su rival en las urnas se convierta en pasto de ese amarillismo que meses atrás denunciaba cuando era él el azotado.
No maten al periodista. El problema no es de la prensa, morada, rosa o del color que la queramos tildar; La prensa es prensa y los periodistas hacen su trabajo. Al verter la críticas muchas veces olvidamos que en ocasiones la maldad no está en la lengua, sino en los que oídos que demandan y divulgan los comentarios.
Recordatorio La Firma invitada: Esa luz de la infancia