Es la música en el silencio, el norte en el laberinto, la palabra entre tanto ruido, la plenitud contra el vacío, la risa en tu congoja, el abrazo para escapar de la soledad. Ella es así. No es la diosa ibérica que imaginó Margarita Yourcenar. Ni la Artemisa de Éfeso, madre y virgen, que convocaba la fe del mundo antiguo en un santuario que fue un bosque de columnas. Cuatro veces más grande que el Partenón. Y de tanto y poderoso magnetismo entre los mortales paganos que hasta San Pablo le hace referencia en una carta a los corintios o en los Hechos, no sé precisarlo.
Macarena es la incógnita conocida, la madre en la orfandad, la cal sobre lo negro, la primavera curándote del invierno. La locura de la razón o la razón de la locura. Un número hecho de letras. Un condenado en el pasillo de la vida. Una montaña que cabe en tu corazón. Es sol y luna. Bulería y saeta. Dolor y salud. Corona y suelas rotas. Un beso y tantos reproches. Tiene mil rostros en uno y tantas miradas como emociones nos sangre su paso. Fernando Villalón, tan sevillano, le compuso una oda. Y Juan Sierra una décima que fue calentura alta en la cima literaria del 27.
He conocido a niñas con síndrome de Down escribirle, amorosamente, una carta para arrojársela a la azotea dorada de su palio. Y a vidas terminales que comían sus estampas debidamente pasadas por su manto para curarse un alliens en el estómago. Los que fueron debajo de sus trabajaderas, uno de los honores más impagables que pude permitirse el gremio del costal y la alpargata, me confesaron que nunca jamás vivieron y sintieron tanto y tanto y tanto. Y todo bueno. Y si pilotar una nave Apolo te mostraba el celofán celeste que envuelve a la tierra, mandar en el martillo de ese altar universal te acerca directamente a la gloria en una madrugada que se estira hasta el sol.
Los macarenos más sobrios beben y se emborrachan de su Espíritu. Y cuando le preguntas qué es lo que tiene Esperanza para convocar y reunir tanta entrega a su alrededor se encogen de hombros para expresar la ignorancia supina del Misterio. Misterio. El Misterio le enciende sus ojos, El Misterio le prende su candelería. El misterio le hace sonreír o llorar esperanzas a raudales que va dejando por Sevilla como si fuera un viento tibio de primavera zamarreando un bosque de naranjos urbanos.
Escucha esto y que no te de vergüenza usar el pañuelo. Es de la décima de Juan Sierra que arriba cité: «En vino blanco, en romero/en la cal de una fachada/yo te pienso cuando quiero/¡lirio de la madrugada!» No ni ná. Misterio puro. No sabemos quién la hizo. Quién le dio esa forma tan inasible de Madre y Virgen.
La de Éfeso decían que era una estatua bajada del cielo. De la del Arco solo sabemos que es la Madre de la que hizo el cielo y la tierra y que vive en Sevilla. Yo creo que desconocemos su autor porque Esperanza no es obra humana. Dicen que es del círculo de Roldán. De Cristóbal Pérez tal vez. De lo que estoy seguro es que no es del círculo polar Ártico. Y que nació para que los humanos no estuviéramos ni tristes ni solos.
Hay días que te levantas tan bajito como una despedida en una estación. Y otros donde estás más tirado que una colilla. Y es cuando Esperanza se convierte en Madre y te escucha y te mira y te sonríe y, despacito porque las prisas no son buenas, te acaricia tus penas para decirte poco más o menos lo que le escribió Joaquin Caro en aquel poema titulado «Beso macareno»: «No tiene Esperanza fin/y sus dedos están llenos/de bendiciones y estrenos…»
La mueve el Misterio de su magnetismo. La vive el Espíritu de lo insondable. Un premio Nobel de Física, Niels Böhr, decía que para que cualquier teoría fuese creíble debía de ser simple y bella. Joé. Pues lo bordó. Ahí está la mejor teoría sobre el amor, la maternidad, la virginidad y la belleza que cualquier mundo pueda imaginar. Esperanza. Simple y bella. La de los mil rostros. La de los mil perdones. La del manto de su amor por encima de nuestro hombro. La que te aguanta los reproches y te los bendice con un beso. La madre universal, a ver si te enteras.
Alguna vez le oí decir a Ricardo Suárez, el pintor que le hizo aquel cartel a lo Warhol, que lo que la hace tan distinta y única es lo equilibrado y geométrico que es su rostro, pese a que hay tantos elementos asimétricos en su fisonomía. Es, en realidad, un milagro sin autor. Un poema de poeta anónimo. Un tesoro sin dueño. Juanmi Martín, ese trueno de ingenio que pinta a bolígrafo nuestras vírgenes y cristos, me confesó en Semana Santa: tiene un rostro que puede ser dibujado de mil formas diferentes sin dejar de ser Esperanza.
Descansa en el Arco. Pero vive y sueña y pasea como tú y como yo por Sevilla. Por eso la sacamos cada vez que podemos. Y cada vez que nos dejan los sumos sacerdotes de la ortodoxia. Que no saben que una mirada suya, tan solo una, en la madrugá o en la alboreá de San Juan de la Palma, nos basta para sanarnos.
A Esperanza le pedimos hasta la hora. Sobre todo la hora esa que no llega y que tanta falta nos hace para salir de la necesidad, de la enfermedad, de la pena, de la soledad y del verso más triste de nuestras vidas. Esa hora que se ha hecho espesa en el reloj de arena. Esa hora que se ha desmayado en el cuarzo del reloj.
Fernando Villalón le hizo una oda para que la genética le hubiera concedido su sueño de tener una ganadería de toros bravos con los ojos verdes: «Cuando yo toree en Madrid/ te compraré una corona/y un manto de carmesí/ que no pueden seis personas/meterlo en tu camerín». No se qué torero fue ese. Pero deja en monosabios al G5. Esperanza nimbada por el Espíritu. Hermana del misterio. Que viene y va como las olas y el mar. Que viene y va como la primavera y el invierno. Que viene y va como el amor y la tristeza. Que viene y va como Sevilla a su Atrio siempre buscando lo mismo. Lo que ni la diosa ibérica de Yourcenar ni la Artemisa de Éfeso fueron capaces de derramar con tanta y tanta generosidad macarena…
Recordatorio La Macarena en Gente de Paz