Les reconozco que no sé negarle a casi nadie un capricho. Y hay quien, durante mucho tiempo, lleva pidiéndolo prácticamente a gritos. Y a uno, que sus padres eran de estrato obrero e hicieron el esfuerzo de llevarlo a un colegio de pago, le dieron una educación en valores y no puede negarle este cáliz por más tiempo.
Uno, dos, tres, un millón... no sé las veces ni a los cofrades insignes que he oído quejarse de de los poco que se les reconoce su esfuerzo, su dedicación e, implícitamente, su valía. Aunque eso no lo dicen porque sería pedante, soberbio y eso ya no queda bien. Se queja el periodista por la falta de respuesta, el hermano mayor de la soledad de su cargo, el consiliario del poco caso que le hacen, el director de la banda de las negociaciones leoninas... Pero, aunque aquí lo vean de modo genérico, un servidor lo está pensando con nombre, apellidos y carita de breva de alguno.
Todos esos quieren un Oscar de la Academia. Un golpe de efecto que los encumbre a los altares del recuerdo, sin saber -en su torpeza inmensa-, que si les llegara -que será que no- el recuerdo, éste ya no lo disfrutarán en el plano de los mortales.
De vez en cuando, un golpe de suerte trae un reconocimiento, un premio. Y es más estimulante que el primer premio de la Lotería Nacional. Ahí ya ha demostrado el interfecto su nivelito y, como pueden imaginar, el el fallo del jurado hace honor a su nombre y es un error o no es a él y se lo atribuye. Este último particular es divertido, pues existe a quien se lo han dado en plural, en plural lo agradece y, en singular, pone fotografías que si fueran vídeos lo mismo parecía Frodo acariciando el anillo. Indaguen en las redes un ratito y encontrarán maravillas. Poses como la de Robert Duvall, recibiendo el Oscar por su papel como Marc Sledge en Tender Mercies. Aunque, ya lo saben un poco más castizo el asunto y el premio.
No les aleccionaré con el argumento manido de que prefiero el anonimato del prioste porque ellos son los que hacen nuestro trabajo sucio y, para colmo, lo mejor que se encuentran es un pseudoreconocimiento lastimero y lacrimoso.
A mí no me darán un premio y, si me lo dieran, me preocuparía porque sabría que algo estoy haciendo mal. A quien se lo den, eso sí, que lo disfrute con salud y no lea este artículo. Y si lo lee que sepa que soy educado y no le he negado el capricho.
Me voy a mirar al océano, su inmensidad, su calma y su fortaleza. A mirar un horizonte limpio que no entiende de las nimiedades que mueven nuestras vidas. Pero, por si acaso, Gente de Paz tiene una dirección de correo. Por si alguien se da por aludido y quiere ejercer su derecho de aclaración.
Blas Jesús Muñoz
Recordatorio El cáliz de Claudio: El llamador y la Serpiente