La realidad es una. No hay más. Podríamos acudir al sistema cartesiano para someterla a duda y, a partir de esa premisa, querer vivir en dos, tres o miles de realidades que se ajusten a lo que más nos convenga en cada momento. Es una forma de alcanzar lo que todo hombre -por el mero hecho de serlo- busca: la felicidad. Sin embargo, esa felicidad ni sería completa ni sería real, pues esa realidad conveniente, como cualquier otra, se sometería a duda, a sospecha.
Hace unos días un partido político emergente nos mostraba su concepción "real" de las cosas y, en ella, Iglesia y cofradías no salen muy bien paradas. Hay voces que apuntan a una vuelta triste al pasado republicano del ´31, a la persecución, a llamar a las trincheras, al miedo a perder lo que tanto nos costó conseguir. Y hay otras que ven, en su realidad, que las hermandades y sus protestaciones públicas de fe resultan cuanto menos un anacronismo.
La realidad de Podemos parece muy distante de la realidad de los cofrades, aunque la nuestra tampoco es que sea muy acorde con lo que predicamos o deberíamos predicar. Nos azota el instinto de conservación ante cualquier atisbo de ataque, pero no es menos cierto que alguna que otra ofensiva -además de sus segundas y terceras intenciones- está fundamentada por las actuaciones poco afortunadas de las hermandades o de quienes las integramos.
Somos monigotes de un poder que nos subvenciona y acudimos a él raudos a coger su limosna sin apercibirnos de que, esa migaja que nos dan, no es más que una forma de atarnos a sus intereses y, al fin y al cabo, no escuchar en la medida de lo deseable la voz que nos guía o debería hacerlo, la Iglesia. Pero, ¿cómo escuchar su voz? Nos exige demasiado y es más cómodo someterse, ponerse bien para salir en la foto y darle cariño a la vanidad o alinearse tras unas siglas que "son las que de verdad son de los nuestros".
Hablamos, y se nos llena la boca, de actitudes poco cristianas, cuando deberíamos mirar la viga en el ojo propio. No hay más que leer ciertos foros, algún mensaje, escuchar un par de conversaciones... para caer en la cuenta de que el ansia de poder es el motor inmóvil que nos impulsa. Y eso, hasta donde estudié en mi licenciatura, ni se recomienda en las Escrituras ni nadie con sentido común (desde la extrema izquierda hasta la derecha radical) lo aprobaría desde una moral ajena a la católica.
Abrimos nuestros brazos a la caridad y, ¿de verdad creemos que cumplimos con el mandato evangélico? Dar limosna, que en el mejor de los casos es lo que hacen muchas cofradías, es solamente una parte nimia del concepto. Implicarse, ese es el término. Cualquier movimiento cristiano realiza un esfuerzo mayor en este aspecto que las cofradías. Es fácil de comprobar y no se trata de una cuestión monetaria. Habrá quien aluda a cofrades que participan como voluntarios en diferentes delegaciones y es cierto. Como también lo es el hecho de que como eje vertebrado de las hermandades es inexistente.
Hablamos de persecución en términos grandilocuentes, inconscientes de que el término nos viene grande, pero que muy grande. Aquí no matan a nadie, no te persiguen ni te tachan de enemigo de la sociedad por ser cofrade y, si hay quien lo hace, también nosotros lo hacemos con quienes nos critican, sin piedad. Y aludimos a tiempos oscuros y republicanos en los que, a diferencia de nuestra época dorada y añorada, se votaba y había democracia (ahora, hay quien en cofradías defiende mucho los sistemas asamblearios). Pues esto es la democracia.
Podríamos hablar de lo que aportamos a la sociedad y sería cierto. Como también lo es que una parte de esa sociedad nos rechaza y, en lugar de despreciarla, tal vez, mejor sería indagar en la raíz de su desdén y tender puentes que unan y no cavar trincheras.
Aportamos mucho, pero si esa parte de la sociedad nos buscara por las redes sociales, por ejemplo, alucinaría con ciertas actitudes tan valiosas como ver "quién la tiene más grande porque tal capataz es mejor y no está en una lista; o tal banda es atacada; o no me gusta esta noticia porque me criticas". Amparándonos en una hoguera de las vanidades repleta de mediocridad de la que nosotros, ni tan siquiera, somos la leña, sino una gasolina de bajo octanaje .
Adolecemos de autocrítica de una manera feroz, así que no pretendo que intentemos indagar en las motivaciones de un movimiento político al que no gustamos ni en un cuadro de Velázquez. Lo que tengo claro es que si no miramos alrededor, a esa realidad que no nos gusta pero que está ahí, a largo plazo nos engullirá. Sufriremos su rabia contenida que es peor que la de un movimiento político.
Las sociedades cambian y se ve que a los cofrades esos cambios nos cuestan cuando el viento no es a favor. Creemos vivir en una época dorada que, en realidad, fue a principios del siglo pasado, cuando el contexto -tan similar- era de alternancia política que desembocó en una dictadura que potenció el costumbrismo para desembocar en una república que no hizo sino ajustar cuentas pendientes.
El futuro pinta oscuro en la línea no tan distante del horizonte. Y, como la sociedad de la que somos hijos, parece que somos incapaces de maniobrar tanto como nuestros dirigentes ante la que está cayendo. Mal asunto. Aun con todo, sigo teniendo fe, esperanza y caridad.
El futuro pinta oscuro en la línea no tan distante del horizonte. Y, como la sociedad de la que somos hijos, parece que somos incapaces de maniobrar tanto como nuestros dirigentes ante la que está cayendo. Mal asunto. Aun con todo, sigo teniendo fe, esperanza y caridad.
Blas Jesús Muñoz
Recordatorio El cáliz de Claudio: Cuatro bandas y un funeral