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viernes, 26 de septiembre de 2014

El cáliz de Claudio: Pseudoperiodistas, una especie en peligro de expansión


Hubo un tiempo de vino y rosas. Una época en que nada parecía que pudiera torcerse. Unos días con tardes infinitas, hipotecas fluyendo, coches con mejores prestaciones, tarjetas de crédito pitando, subvenciones creciendo, bordados dando puntada tras puntada, madera tallada, proyectos faraónicos en el horizonte...

Fue el momento en que las mentiras fueron tomando su poso espeso de légamo. Fue el momento en que las crónicas oficiales vivían en su cátedra áurea de verdades absolutas y nunca pensaron en que la figura del pseudoperiodista, el intruso profesional, avanzaría hasta meter el miedo en el cuerpo.

Refleja este cáliz la silueta de Ernesto Guevara y no es porque, a cada sorbo, se deguste el sabor agridulce del marxismo, sino porque en esa época de la que les hablo se sembró el germen de una revolución interior y minúscula en este micro universo en el que nos desenvolvemos con tan poca destreza. Un cosmos reducido y selecto, decadente, en el que los pseudoperiodistas parecemos ser para algunos el eje del mal que denominara George W. Bush. Corea del Norte se nos queda corto. Pol Pot, largo. Sálvame es nuestra medida.

Vivimos de un supuesto cotilleo que no hace sino demostrar a cada titular que se va cumpliendo, que no es tal. De una forma de dar noticias que la casta no comprende porque nunca tuvo los arrestos necesarios para darlas. Un ejemplo, hace veinte años, e incluso diez, para enterarte de un cambio de banda, capataz o hermano mayor, o estabas en el ajo o te lo encontrabas puesto. Aquí se limitaban -y no parece que la cosa haya avanzado en demasía- a lanzar crónicas repetidas al papel, entrevistas autocomplacientes, esquelas de cultos (porque ese formato solo puede llamarse así) y, con suerte, alguna colección más meritoria que otra cosa.

Luego, el cruel bandolero que es el tiempo, trajo la diversificación de Internet. No lo llamen libertad que ese término solo existe en su acepción dogmática. Y puso en la palestra a gente que opinaba y, para más escarnio, se tomó el atrevimiento de ofrecer su solución.

Mortal de necesidad. Al que está en la poltrona, que alguien se atreva a toser y negar la mayor, le molesta en un ratio elevado a la enésima potencia. Algún día les contaré las consecuencias de escribir lo que se piensa y que haya quien te lea. Será o una despedida o un regalo de cumpleaños. Hasta entonces, no teman a los pseudoperiodistas porque, aunque en peligro de expansión, o bien los extinguirán o si sobreviven, igual no son tan de Corea del Norte.

Blas Jesús Muñoz
@BlasjmPriego













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