“Para que siga la tradición y los años se rompan en el tiempo, ¡pero que el amor del costalero siga vivo!”. A todos les sonará esta archiconocida cita de Don Manolo Santiago, capataz conocido como “El Maestro” o como otros lo nombraban “un poeta del martillo“, dirigiéndose a su cuadrilla de costaleros de La Paz sevillana.
Discúlpenme que les diga que cada vez que lo escucho hasta a mi me dan ganas de empujar hacia arriba esa trabajadera. No se puede sentir más adoración hacia una Hermandad, hacia una vocación como la de ser los ojos, el vigor y la garra de una cuadrilla entera.
Pues bien, un día estaba yo debatiendo con un conocido mío costalero sobre lo importante que es el amor por una Hermandad para sacar un paso a la calle. Recuerdo que él me decía que si algún día tuviese la enorme suerte de llegar a ser capataz, que a él lo que le importaría es que el paso salga a procesión, sea como sea, sin importar si la cuadrilla la conforman los VERDADEROS hermanos costaleros o por el contrario, aquellos que van “picoteando” de trabajadera en trabajadera con el fin de lucirse. “El caso es que valgan y aguanten”, decía.
Soy consciente de que me estoy metiendo en un terreno pantanoso y que puede ser que haya gente que se me eche encima con este gran tópico de los debates cofrades, pero lo siento, no concibo a una persona que se define como los pies del Señor y que no tenga nada que ver con la hermandad que está sacando (devocionalmente hablando), y mucho menos que no tenga ni creencias religiosas, y esto último, por desgracia, es una prueba fehaciente del panorama tan triste que afecta actualmente a las cofradías.
¿Para sacar un paso a la calle sólo se precisa tener resistencia y fuerza “de mármol a mármol”, o también es necesario empujar con corazón y devoción?
“Nosotros cobraremos lo mismo llueva o haga sol” declaraba un costalero de la Hermandad de Santa Marta de Sevilla, de los llamados “profesionales”, cuyas Estaciones de Penitencia son contractuales. Sin preámbulos, para mi eso no es ser costalero. Y no por el hecho en sí de cobrar, sino porque da la sensación de indiferencia ante algo tan serio. Para mi un costalero es ese hermano que se mete debajo de unos faldones a hacer su Estación de Penitencia, cargando a su Cristo o a su Virgen sobre su cuello dolorido mientras en su intimidad va rezando a su manera, en el silencio que el respeto del momento conlleva; de forma remunerada o no. Ese es otro tema (bastante interesante, por cierto).
Si cabalmente hablando la Semana Santa es una serie de actos litúrgicos realizados por el conjunto de los católicos, no es de entender estas situaciones tan contradictorias. Considero que la comunidad cofrade debería ser un espacio más estanco donde no haya cabida para este tipo de personajes y donde seamos capaces de sacar nuestra Semana Grande adelante sin recurrir a estas deplorables tesituras. Las trabajaderas no son mancuernas, de modo que por favor, cada uno a lo suyo.
Que las palabras de Don Manolo Santiago nunca carezcan de significado.
Estela García Núñez
Recordatorio La Saeta sube al Cielo