La historia de las cofradías de Sevilla guarda numerosos capítulos ocultos que no por eso dejan de ser bellos. Con la publicación el pasado mes de agosto de una foto de la Esperanza Macarena del archivo de Fernand y la investigación realizada por José Gámez y publicada en el Boletín de las Cofradías el pasado junio sobre el primer besamanos de la dolorosa de San Gil podemos sacar una historia por pocos conocida: la Esperanza Macarena tuvo unos zapatos puestos en su primer besamanos. Unos zapatos que además los fieles también besaban.
El primer besamanos de la Macarena se celebra en 1925. Del mismo no consta archivo fotográfico alguno. Sí hay constancia documental que afirma cómo estaba vestida la imagen, en qué lugar se celebró de la parroquia de San Gil y una serie de acontecimientos que acarreó la celebración de este culto, tanto en el seno de la corporación de la Madrugada como en el resto de la Sevilla de la década de los veinte.
El culto se celebró los días 18 y 19 de diciembre de 1925. El secretario por entonces describía que la Virgen lucía «un hermoso manto negro bordado». Según la investigación que ha llevado a cabo Gámez en efecto la prensa recoge en aquellos días que el manto era negro. Y las fotografías que hasta ahora se conocían como del primer besamanos presentaban a la Virgen con mantos verdes. Son en las que aparece la Virgen con una fila de niñas para besar sus manos y la del altar mayor de San Gil. En la primera aparece con el manto de malla y en el segundo con uno que el profesor Luque Teruel identifica con uno también verde que Eloísa Rivera realizara según diseño de Juan Manuel. Según el investigador, esa foto podría ser de un besamanos posterior, puesto que hay constancia de que la Macarena lució este manto por ejemplo en el año 1926. Por ello, comparando esas fotos con la descripción del secretario de la hermandad se puede descartar que esas fotografías representen el primer culto de este tipo en San Gil.
La historia da un giro más al comparar la foto de Fernand con la investigación de Gámez: y es que días después del besamanos, el 21 de diciembre un hermano de la corporación, que había sido miembro de una junta de gobierno anterior presenta una queja ante el Arzobispado porque la Virgen apareciese con unas ricas zapatillas puestas, «siendo besadas por los fieles como si fuesen los pies de la imagen». El denunciante añade que la Virgen nunca había tenido estas prendas en su ajuar, incluso que éstas pertenecían a una señora particular con una vida en exceso «mundana». Fernando Sánchez, que así se llamaba el hermano, solicitaba a la autoridad eclesiástica que corrigiera aquella actitud y que «esperaba con ansiedad la intervención en aquel escandaloso asunto», amenazando incluso que llevaría el asunto a la prensa si no se solucionaba. La autoridad eclesiástica se puso en contacto con la hermandad, entonces regida por un comisionado. Éste informó que las zapatillas habían sido regaladas por un comerciante que las había comprado en Tánger, negando las afirmaciones del hermano que denunció. La denuncia cayó en el olvido.
A partir del año siguiente la Virgen ya no volvería a lucir las zapatillas. Hilario Arenas, en el libro «Esperanza Macarena en el XXV aniversario de la Coronación Canónica» recoge sobre el besamanos del año 1926: «ya no apareció la Sagrada imagen con las zapatillas tangerinas que donó Enrique García Lorenzo para 1925». Por tanto las fotografías conocidas como del primer besamanos quedan de nuevo descartadas, ya que además de no tenerla Virgen un manto negro, tampoco se aprecia la presencia de las zapatillas.
Sin embargo, en la fotografía del archivo de Fernand sí aparecen. En la imagen se aprecia a la dolorosa con un manto que Gámez identifica como uno de camarín que le hizo Rodríguez Ojeda en 1903 y que era de color negro. Igualmente se aprecia la corona de salida (que también el secretario describía en el texto sobre el primer besamanos). Por último también pueden identificarse claramente las zapatillas. La Virgen aparece sobre una peana que está cubierta con una bandera que se utilizaría como insignia por aquellos años y que está atribuida a Teresa del Castillo. Estamos por tanto ante una fotografía que puede recoger el primer besamanos de dolorosa de San Gil. Con la Macarena luciendo unas zapatillas.
Sin embargo la imagen no se encuentra en el altar mayor del templo. La descripción del secretario asegura que el culto se realiza en aquel lugar y la foto representa a la Macarena de espaldas a la puerta de San Gil. Esto lleva al investigador José Gámez a asegurar que la instantánea pudo hacerse antes o después del culto, durante la preparación o el desmontaje, ya que no se tiene constancia que nunca más la Macarena luciera zapatillas.
La trascendencia del acto en la ciudad
El acto se anunció los días previos en la prensa. De la descripción del secretario también se extrae la gran expectación que se creó en la ciudad ante este culto. De hecho acudieron Doña Esperanza de Borbón y Orleans, princesa de Borbón, con sus hermanas. Junto a ellas las personas más humildes del barrio, o hasta un grupo de devotos que vino andando desde San Juan de Aznalfarache. Ausencia destacada fue la del Arzobispo Ilundain, que se encontraba entonces en Roma. Si acudiría al besamanos de la Virgen de San Gil a partir del año siguiente.
La hermandad repartió limosna de pan entre los pobres que se acercaron al templo en aquellos días y ante la gran aceptación del culto, decidió establecerlo anualmente en aquellas mismas fechas, en torno a la festividad de la Expectación de la Virgen, o lo que es lo mismo, la advocación de Nuestra Señora de la Esperanza.
Los primeros besamanos
La Esperanza Macarena fue la primera dolorosa en estar en besamanos, pero no es la primera imagen que se expone a los fieles de esta forma en la ciudad. En el siglo XVIII ya es expuesta en besamanos la imagen de la Virgen de los Reyes, concretamente en las fiestas del Patronato Concepcionista de 1761, según recoge el archivo de la Catedral de Sevilla. También en el XVIII lo estaría el Señor del Gran Poder, tras las exhortaciones del beato Diego José de Cádiz, que pidió la veneración cercana del pueblo al Señor, según afirma José Gámez.