En los años cuarenta la Archicofradía de la Esperanza, como otras
cofradías malagueñas, aumentaron el tamaño de sus tronos, lo que supuso
también un incremento de su peso.
La tendencia por crear tronos de grandes dimensiones comienza durante
la década de los años cuarenta, cuando las cofradías se esfuerzan por
restaurar todo el material perdido durante la guerra. En el año 1941, la
autoridad eclesiástica, promulga una serie de normas; en virtud de
ellas, los trabajos de armado de los tronos debía dar comienzo el lunes
de la Semana Mayor a fin de estar terminados, como máximo, para el
Domingo de Ramos, mientras que para su desarmado se utilizarían el
Sábado de Gloria, y el lunes y martes siguientes. Los párrocos
interpretaron esta circular como que estas labores se realizarían fuera
del templo. Desaparecía así el gálibo que para los tronos suponía la
puerta de la iglesia.
La Archicofradía de la Esperanza, como otras cofradías malagueñas,
aumentaron el tamaño de sus tronos, lo que supuso también un incremento
de su peso. Lo que en un principio pasó desapercibido, casi como una
cuestión secundaria, se convertiría en un problema. Como recuerda Carlos
Ismael Álvarez en el libro ‘Esperanza Nuestra’, publicado con motivo de
la efeméride de la coronación canónica de la Virgen, en los años
cuarenta, cuando todavía el trono no se encontraba terminado, se
advirtió rápidamente que su peso, cercano a los 8.000 kilos resultaba
excesivo. «En la Semana Santa de 1947, cuando la junta estaba tratando
de solucionar el problema, el trono durante el recorrido fue mucho más
arrastrado que llevado», escribe Carlos Ismael Álvarez.
Solución
Ante
esta situación, Vicente Caffarena, ingeniero de caminos de profesión,
propuso a la junta de gobierno la sustitución de la madera e hierro
utilizados en el armazón y varales del trono por el duraluminio; un
material que podría aligerar el peso de forma considerable manteniendo, a
su vez, las grandes dimensiones.
Sin embargo, no se trataba de una empresa fácil. El duraluminio se
consideraba entonces ‘material de guerra’. Su transporte y su uso
estaban bastantes restringidos, lo que llevó a la hermandad a tener que
sortear distintos escalones en la burocracia de la época.
La Archicofradía de la Esperanza consiguió gracias al director
general de Iberia de entonces, César Gómez Lucía, que la compañía aérea
donase los restos de un antiguo ‘juncker’.Aquello supuso únicamente el
primer paso: del viejo avión se conseguiría extraer la materia prima
necesaria para el proyecto. Los trámites administrativos y aduaneros
fueron interminables. Un periplo que incluyó las ciudades de Melilla,
Bilbao y Sevilla, y que hizo que los restos del antiguo avión se
pasearan por toda la Península, a la vez que estos iban mutando hacia el
nuevo trono que tomaba forma.
En el año 1948, el único propietario y director de un alto horno de
duraluminio existente en España, Eduardo K. L. Earle, visitó Málaga por
casualidad. Este empresario industrial tuvo la oportunidad de presenciar
la procesión de la Cofradía de la Esperanza, ante la que quedó
entusiasmado. El compromiso de Earle con la hermandad fue decisivo para
la construcción definitiva de aquella nueva mesa de trono. No solo se
ocupó de la construcción de los perfiles, efectuando previamente a sus
expensas su laminado, sino que a su vez consiguió que la fábrica de
aviones de combate ‘Hispano Aviación S.A.’ de Sevilla realizase el
montaje final.
«El conjunto perdió casi 3.000 kilos y el éxito abrió el camino hacia
el trono de aluminio que poco a poco se irá extendiendo a partir de
entonces», relata en su artículo Carlos Ismael Álvarez. Aquel trono que
salió en procesión por primera vez en Jueves Santo del 1950 siguió
pisando, año tras año, las calles de Málaga hasta bien entrado el nuevo
milenio. Fue en la Semana Santa de 2013 cuando el trono de la Esperanza
estrenó la actual mesa.