Este candil que se enciende hoy observa que últimamente se está haciendo un uso frecuente del aforismo “Paz y Bien” que como usted sabe, querido lector, es el saludo hoy generalizado entre los franciscanos, el lema y distintivo de los hijos de San Francisco, cuya festividad se celebraba el pasado día 4 de octubre.
Y he sentido curiosidad, de tanto escucharlo, por conocer el origen del citado saludo capuchino «pace e bene». Según algunos, la cortesía arrancaría del propio San Francisco. Otros lo creían un saludo tardío; posiblemente su origen no iba más allá de nuestro siglo, decían, y señalaban, incluso, las comunidades terciarias franciscanas de la provincia de Venecia como probable lugar de origen.
San Buenaventura nos relata que Francisco, movido por el Espíritu divino, comenzó a desear vivir la perfección evangélica y a invitar a los demás a que se convirtiesen, usando para ello palabras penetrantes y llenas de virtud celestial. «Al comienzo de todas sus predicaciones saludaba al pueblo, anunciándole la paz con estas palabras: "¡El Señor os dé la paz!". Tal saludo lo aprendió por revelación divina, como él mismo lo confesó más tarde. De ahí que, según la palabra profética (Is 52,7) y movido en su persona del espíritu de los profetas, anunciaba la paz, predicaba la salvación y con saludables exhortaciones reconciliaba en una paz verdadera a quienes, siendo contrarios a Cristo, habían vivido antes lejos de la salvación» (LM 3,2). Y el Espejo de Perfección nos dice: «También le fue revelado el saludo que habían de emplear los hermanos, como hizo escribir en su Testamento: "El Señor me reveló que debiera decir al saludar: El Señor te dé la paz" (Test 23).
Francisco quería que sus hijos fuesen mensajeros de paz. Y compromete a sus hermanos a anunciar la armonía y a dar testimonio de la dulzura, que se convierte en el medio para atraer a todos los hombres a la paz verdadera, a la bondad y a la concordia. El saludo de "Paz y Bien" es una invitación a abrir el corazón a la paz, fuerza interior y principio de renovación y de bien moral y social. Por eso, Francisco pedía a sus hermanos que no quería que se mostrasen tristes y enojados, sino, más bien, gozosos en el Señor, alegres y debidamente agradables.
Y, en este momento, este candil se pregunta: ¿Desde cuándo la Hermandad del Calvario ha estado vinculada a San Francisco?... Que algún ilustrado en estas lides me lo explique. Porque que yo sepa, el Calvario está unido a San Lorenzo y a su Parroquia desde su fundación allá por el 1722, que ya ha llovido desde entonces.
No es que yo me oponga, en absoluto, a su empleo en las comunicaciones y avisos a los hermanos, solo que me llama la atención que se utilice esa fórmula en una hermandad que no ostenta ningún lema, signo o carácter franciscano.
Pero puestos a adoptar esta regla vamos a intentar predicar con el ejemplo y con los hechos que son, en definitiva, los que nos definen. Porque San Francisco observaba que la mejor manera de predicar el Evangelio era con las obras y se fue entre los pobres, los “menores” de su tiempo. Comenzó haciendo lo que era necesario, después lo que era posible y, de repente, se vio haciendo cosas imposibles. Que el verdadero poder estaba en el servicio, porque Cristo nos dijo que Él vino a servir, no a ser servidos. Que debemos ser instrumentos de paz, que no debemos sembrar envidias, rencores, ni maledicencias.
Y pensaba también San Francisco en que el hombre solo es lo que es delante de Dios, nada más. Soñaba que si nos detenemos a mirar las maravillas de la naturaleza que nos rodea solo podemos exclamar cuán grande es Dios. Que todos, no importa lo que creamos o lo que hagamos, somos hermanos. Que toda vida merece ser vivida, aun en las mayores dificultades.
Pues bien, me sigo preguntando: ¿Es este espíritu el que se observa en nuestras Hermandades?... ¿Se corresponde este pensamiento de San Francisco con lo que vemos hoy día en el seno de las Cofradías?... O es que somos tan falaces que pronunciamos este saludo al dirigirnos a los hermanos cuando de verdad solo resulta una frase bonita…
Son muchas las ocasiones en que nuestros dirigentes ignoran y no toman en cuenta que la bondad es la cualidad de “bueno”, un adjetivo que hace referencia a lo útil, agradable, apetecible, gustoso o divertido. Una persona con bondad, por lo tanto, tiene una inclinación natural a hacer el bien. Puede desarrollarse sin discursos, con el simple ejemplo, con la imitación por admiración de los que son buenos. Se puede enseñar a reconocer nuestro interés individual no guiados por el simple precepto de lo que nos agrada, sino buscando ser amables con nosotros mismos, pero sin lastimar a los otros ni a su entorno.
Y es que el egocentrismo nos lleva a la infelicidad, aunque la sociedad actual nos quiera persuadir de lo contrario. Cuando la atención se vuelca hacia el “Yo”, se acaba haciendo un doble daño: a los demás mientras se les pasa por encima, y a uno mismo, porque a la postre se queda uno solo, en ese estado en el cual el individuo ve el mundo sólo desde un punto de vista -el propio-, pero sin conocer la existencia de puntos de vista o perspectivas diferentes, haciendo de su personalidad el centro de atención y la actividad general cuando, en definitiva, no despliega el interés de nadie.
La realidad solo la acepta si tiene que ver con su propia realidad. Todo lo demás forma parte de una perturbación, de una incomprensión sobre ella misma o de un ataque frontal hacia su “perfección”. En definitiva, de un falso sentido de identidad. El bálsamo para paliar todos estos síntomas siempre son grandes dosis de humildad, de compasión, de amor hacia los demás, de tolerancia, de perdón y autoperdón, de empatía hacia lo exterior y de sentimiento común ante los hechos objetivos y compartidos.
Resultaría muy efectivo considerar que una buena forma de sanar un ego dañado es, como decía la madre Teresa de Calcuta: “Amando hasta que duela”, o “Dando hasta que duela”. Pongámoslo, pues, en práctica.
Desde la paz y el bien...
Mª del Carmen Hinojo Rojas
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