Reproducimos a continuación el excelente artículo escrito por Antonio Cattoni para Pasión en Sevilla. Un texto muy interesante que versa acerca de la evolución estética de las Imágenes de Nuestra Semana Santa. Absolutamente recomendable.
«El que es bello es amado, el que no es bello no es amado». Versos que recoge Hesiodo y cada día tienen muy presentes los imagineros sevillanos, miles de años después. Lo bello y lo bueno siguen unidos. Iniciamos un camino en el que haremos historia de la belleza a través de la Semana Santa y viceversa. Tomamos el todo por la parte: por la piel de nuestras devociones. Originalmente era clara. Ello responde a los diferentes cánones estéticos, a lo que decían los tratados, místicos y teólogos; a convenciones sociales, pero también a convicciones personales. Tras la inspiración de Umberto Eco hemos valorado este aspecto con tres pesos pesados de la historiografía artística: Emilio Gómez Piñol, Gabriel Ferreras y José Luis Romero Torres. El escultor Juan Manuel Miñarro nos acerca también a los aspectos técnicos.
En pocos años hemos asistido a cambios drásticos en el concepto de belleza de nuestra piel. Nuestras abuelas valoraban la palidez; cuando ir a la playa se popularizó se volvieron las tornas hacia el moreno y después el tiempo y la ciencia han demostrado que las radiaciones solares y la lozanía son cosas prácticamente incompatibles. Todos esos cambios sociales se traducen también en cambios en nuestra concepción de lo bello y de nuestra forma de plasmarlo. De igual forma todo eso se ha trasladado desde antiguo a la escultura y por supuesto también a la imaginería procesional.
Desde antiguo la luminosidad y el color están relacionados con la belleza. Diferentes pueblos divinizaron la luz. Tomás de Aquino afirmaba que una obra bella debía tener proporción, integridad, pero también claridad. Todo es más bello cuanta más luz refleja y por tanto cuando es más claro. Y Gómez Piñol pone la guinda exacta en esta reflexión: «La belleza del arte cristiano tiene que ver con la luz, con el resplandor. El sol es un elemento de vida, gloria y de resurrección». Pero también lo blanco está relacionado con la pureza, y por tanto su utilización está cargada de simbolismo.
Hacemos a Cristo y a su madre a nuestra imagen y semejanza, de la misma manera que los cristianos etíopes representan a Jesús como un africano, o los guaraníes de las misiones le daban a los santos una estatura similar a la suya. Pero en la época en que la Semana Santa florece este concepto convive con la idea de una cierta belleza importada.
Italia y Flandes
En el Siglo XVI llegan modas. De Italia unas. La mujer rubia y pálida que pintaba Boticelli. La misma a la que Garcilaso escribía versos…
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto
Y a un tiempo, en España la color pálida se relacionaba con la vida acomodada y alejada de los trabajos de campo, como demuestra el cancionero popular.
Crieme en la aldea, híceme morena
Si en villa viviese más bonica fuera
Esto mismo nos lleva a entender la palidez como un signo de realeza. Así lo recuerda el historiador y conservador del patrimonio José Luis Romero Torres. «El barroco andaluz siempre muestra la serenidad dentro del dolor… Una dignidad real que está en conexión con la piel clara». A ello se suma la labor de los pintores, únicos que podría policromar las imágenes. Entre ellos el gran artista que le dio carne al Señor de Pasión: Francisco Pacheco.
Miñarro recuerda que el propio suegro de Velázquez decía en su tratado que para policromar a la madre de Dios «había que utilizar albayalde y carmín únicamente». Era algo común entre las mujeres de la época maquillarse con polvos de arroz, de tiza o de albayalde, que procede del plomo, «dar un beso en la mejilla a una mujer podía ser algo tóxico». Eso se traduce también a las policromías de las imágenes: eran muy pálidas, con los rojos más atemperados, sólo utilizados cerca de los orificios como los ojos, la nariz y la boca… Porque otra de las novedades que llegan a Sevilla tiene que ver con Flandes: la maestría en la técnica del óleo. Algo en todo esto tendrían que ver los italianos y flamencos residentes en Sevilla.
La piel de «la tasca»
Pero circula otra circunstancia relacionada con el aspecto de la piel en la que nos hace caer Gabriel Ferreras. Algo que toma relevancia a partir de la gran peste de 1649: la piel clara y sonrosada refleja salud y la salud es belleza. Eso se ejemplifica perfectamente en una misteriosa y hermosa mujer conocida como «la tasca». No es otra que la modelo que Murillo toma para sus Inmaculadas y para su Virgen de la Servilleta. «Era de piel clara y ojos grandes. Se sabe que de niña no había pasado ninguna enfermedad, ni viruela, ni sarampión. Igual que ella, los niños que pintaba Murillo gozaban de un aspecto demasiado saludable para la época. Su salud y su belleza eran la propaganda de la Iglesia para atraer a los fieles con programas iconográficos».
Las cosas van cambiando. «Se pierde el norte», dice Miñarro. Con la abolición de los gremios en el siglo XVIII los escultores comienzan a policromar... y aparecen los rostros excesivamente sonrosados. «Se olvida la técnica», dice el profesor. Y con la llegada la industrialización empeoran los pigmentos y eso también tiene sus consecuencias estéticas.
La palidez de las imágenes se atempera… como consecuencia también de cambios sociales. «La sociedad es más mestiza. Se incorporan grupos raciales diferentes a la masa social», recuerda el escultor. Pero la hegemonía de la piel clara prevalece. «Las señoras del XIX toman vinagre para ponerse blancas. No olvidemos que la dama de las camelias muere de eso», apunta Gabriel Ferreras.
El «Moreno», la «Morena»…
Con el siglo XX llega la morenez a las imágenes. «Incluso algunas tallas antiguas se repolicroman», destaca Romero Torres. Pero aquí también hay un concepto estético realmente llamativo que subraya Miñarro. «Castillo o Illanes lo que hacen es imitar el color de las imágenes antiguas. Ellos rehacen mucho de lo que se pierde en la guerra. Dar un aspecto de falsa antigüedad también embellece». Ese paso tiene una tremenda influencia en la imaginería que se hace hoy día: «Sólo me piden vírgenes morenas». Ferreras lo considera una moda en un momento determinado, «pero sin fundamento litúrgico, religioso ni artístico. Tampoco se puede sacralizar la suciedad».
La mano del tiempo actúa de forma diferente. El tiempo pinta, decía Goya. «El craquelado natural, las pátinas naturales debido a la modificación de los pigmentos…» es la mano del tiempo que aporta también belleza. Esa belleza sin la que la Semana Santa de Sevilla no sería lo que es… Gómez Piñol destaca que se ha construido «sin duda desde el equilibrio, cuidado y decoro en función del fondo de la cuestión: la fe. El arte cristiano ha dado esta respuesta en Sevilla. Desde el respeto y la sensibilidad». Dicho queda.